jueves, 3 de noviembre de 2011

Cuenca: como un nido de águilas.

El perfil de la ciudad de Cuenca es uno de los más singulares de España. Situada en una loma montañosa completamente aislada por los ríos Júcar y Huécar, forma un conjunto paisajístico espectacular en el que el ingente patrimonio arquitectónico se convierte tan sólo en una anécdota frente al impresionante y pintoresco valor geomorfológico del lugar.

El casco urbano histórico de Cuenca se extiende sin dejar un solo hueco vacío en el escaso espacio que los ríos le han dejado, y sus construcciones desafían y se asoman al precipicio como un verdadero, en palabras de Pío Baroja, “nido de águilas”. Por ello, todo el conjunto ha sido declarado por la Unesco en 1996 Conjunto Histórico y está especialmente protegido. Y los conquenses, muy conscientes de la importancia, mantienen y cuidan su ciudad con gran mimo.


La primera noticia histórica de la ciudad de Cuenca tan sólo resale al siglo IX de nuestra era. Aunque sabemos que en el mismo lugar se asentaron tropas del Imperio Romano, el primer dato concluyente es que en este lugar también existió una fortaleza militar musulmana que respondía al nombre de Conca, cuya función era vigilar y facilitar el tránsito de gentes y mercancías entre el centro de la península y el importante enclave islámico de Valencia. A los pies de este castillo, y estirándose por el singular perfil de la montaña, nacía un primer núcleo urbano. El curso de la historia cambió cuando el Rey cristiano Alfonso VIII de Castilla la conquistaba en el año 1177, la repoblaba y la cedía a diversas órdenes militares. A lo largo del siguiente siglo se produciría el crecimiento de la población; al menos tal y como la entendemos hoy; alcanzando un notable desarrollo económico y social que le valió recibir en 1257 el preciado título de “ciudad”.

Con una economía básicamente agrícola, ganadera y de manufactura textil, la ciudad estuvo en continuo crecimiento hasta el siglo XVII, momento en el que inicia un fuerte declive que se agravaría aún más a lo largo del siglo XVIII. Durante el siglo XIX Cuenca habría de sufrir diferentes periodos de infausto recuerdo, como fueron los ataques y saqueos por parte de las tropas napoleónicas primero, de las tropas carlistas después. Sólo tras la Guerra Civil española la ciudad se ha recuperado convirtiéndose hoy en un núcleo de servicios y administración por su capitalidad provincial, y permitiéndole alcanzar los poco más de 55.000 habitantes en la actualidad que miman y cuidan su población conscientes del potencial y la importancia del sector turístico.


Cuenca está situada sólo a unos 170 kilómetros de Madrid, más o menos a medio camino entre la capital del Estado y la ciudad de Valencia; y por lo tanto al sureste de Madrid, en la Comunidad Autónoma de Castilla la Mancha. Sus conexiones son fantásticas en la actualidad, tanto por carretera como por vía férrea, contando con autovía y línea de Alta Velocidad. Por lo tanto la distancia no será un problema, y tampoco la frecuencia de transporte público. Incluso el viajero podría hacer una visita en una única jornada, aunque desde aquí aconsejamos al menos dos días con el fin de poder pasear con tranquilidad por todos sus rincones, contemplar la belleza nocturna de la ciudad, descansar de las empinadas cuestas que son muchas, y sobre todo para tener el tiempo de visitar los múltiples “miradores” naturales con que cuenta la ciudad, o incluso pasear por las impresionantes hoces de los ríos Júcar y Huécar, que al fin y al cabo son los padres de la ciudad.

Para llegar a Cuenca en autobús disponemos de hasta nueve autobuses diarios, frecuencia que baja a siete los fines de semana y días festivos. El tiempo de trayecto oscila entre las dos horas, y las dos horas y media, en función del carácter “express” del autobús, o de “línea regular”. La compañía que presta el servicio es Avanzabus, y la estación de partida en Madrid es la Estación Sur – Méndez Álvaro.

Si por el contrario elegimos el tren, también la frecuencia del transporte es muy elevada, con hasta 10 trenes diarios. Eso sí, conviene tener clarísima la diferencia existente entre los distintos tipos: existen los “regionales”, que realizan el trayecto más o menos en tres horas, y los llamados Alvia y Ave, que nos dejarán en Cuenca en menos de una hora por el carácter de trenes de alta velocidad. Evidentemente la diferenciación también repercute notablemente en el precio. En todos los casos el tren parte en Madrid de la Estación de Atocha –Puerta de Atocha los de Alta Velocidad, Atocha Cercanías los regionales–, pero en Cuenca las estaciones de destino son dos diferentes para los distintos tipos de trenes. Aquella destinada a los regionales está en el corazón de la ciudad moderna, mientras que la más nueva, para los trenes de Alta Velocidad –Estación Fernando Zóbel–, se encuentra un poco más alejada, a las afueras, aunque comunicada con el centro a través del servicio de autobuses urbanos (Línea 12).


Sea como fuere, una vez en Cuenca nuestro punto de partida será siempre el mismo, en tanto que las estaciones de autobuses y tren están una frente a la otra, y el autobús que nos traería desde la estación de Alta Velocidad nos va a dejar igualmente en la estación de autobuses. Iniciaremos aquí nuestra visita, donde podremos tomar el pequeño autobús urbano, de color amarillo, que realiza la Línea 1 y que nos llevará al punto más alto de la ciudad, atravesando para ello todo el centro histórico. Nuestra propuesta es la de dirigirse en él hasta la última parada que realiza, de modo que iniciemos la visita en un comodísimo descenso, en lugar de ascenso, pues el viajero aprenderá que las cuestas en la ciudad histórica están presentes por doquier. Además en este punto, tendremos otras dos perfectas razones: una de las vistas más impresionantes de la ciudad es justamente desde el lugar donde nos bajaríamos del autobús. La otra es una pequeña oficina de turismo en la que podremos conseguir información y un pequeño plano de la ciudad, que en realidad no es absolutamente imprescindible por el tamaño y disposición del centro histórico, aunque sí aconsejable.


Tras disfrutar de la panorámica hacia la hoz del río Huécar, comenzaremos a descender hacia la entrada histórica de la ciudad. Nos dará la bienvenida el Castillo, o más bien lo que queda de él; poco más de un lienzo y una torre; y a través del Arco de Bezudo entraremos en el recinto histórico de la ciudad atravesando un pequeño puente de piedra de origen igualmente castrense. Ahora podremos ver por primera vez el otro margen de Cuenca, el que se asoma a la hoz del río Júcar, pues estaremos en el punto más estrecho –y elevado– de todo el entramado urbano, razón por la que aquí se erigía el castillo, origen último de la ciudad por ser un enclave perfectamente aislable y defendible. Estaremos por tanto en el Barrio del Castillo, donde nos recibirán los primeros edificios monumentales reutilizados hoy para usos modernos, caso del Archivo Histórico Provincial, o la sede de la Universidad Menéndez Pelayo. Aquí el viajero deberá tomar la primera decisión: descender plácidamente hasta la Plaza Mayor por la calle principal que se abre ante nosotros, o en cambio desviarse por alguna de las laterales, que de cualquier modo, se elija derecha, o se elija izquierda, acabarán convergiendo igualmente en la plaza principal de la ciudad. Recomendamos cualquiera y a la vez todos los recorridos posibles, y de hecho, como muchas veces animamos desde este blog, la mejor idea será caminar sin prestar especial atención al destino final, ya que todos los rincones de la ciudad encierran tesoros y esquinas con encanto. Así por ejemplo, por la calle principal podremos disfrutar de negocios de recuerdos turísticos, tiendas de alimentos y dulces típicos, de cerámicas tradicionales…, pero también de una ingente cantidad de palacios y palacetes que flanquean la más importante calle del centro histórico. En cambio, si se elige alguna de las callejas –porque en realidad ni a consideración de calle han de llegar por lo estrecho y sesgado de sus trazados–, disfrutaremos de un ambiente más tranquilo, íntimo, menos elegante y más auténtico si se me permite, aderezado además con pasadizos, escaleras y magníficas vistas a las hoces del Júcar o Huécar, en función del lado que hayamos escogido. En estos casos la arquitectura es mucho menos señorial que por la gran calle central del centro histórico, y mucho más popular. Podremos disfrutar de construcciones arracimadas, construidas las unas sobre las otras, peleándose por conseguir –casi siempre en altura– la mejor vista. Insisto en que bajemos por la calle que bajemos, de cualquiera de las maneras, el camino convergerá en la Plaza Mayor.

No es pretencioso que así se llame este lugar principal de Cuenca. Es la Plaza Mayor porque así fue concebida, porque en ella se dan cabida los principales poderes de la ciudad, con Ayuntamiento y Catedral al frente, pero en realidad cualquier parecido con una típica plaza mayor castellana es pura casualidad. Es irregular en su trazado, está inclinado su pavimento, y a los edificios que la integran les falta elegancia, que solventan con un sobresaliente a través de sencillez y colorido. Por ello es una plaza de especial belleza, como lo es también la misma Catedral de Cuenca, edificio singular del gótico hispano. Construida como tantas otras, en el mismo lugar en el que se erguía la mezquita del anterior asentamiento musulmán, sus obras marcaron en cierto modo la llegada del primer gótico a España, pues por las fechas (finales del siglo XII) lo más normal es que la construcción hubiese sido en estilo románico. Sin embargo se trata de un edificio que en líneas generales se debe incluir en el llamado “primer gótico”, es decir, perteneciente a esa corriente del siglo XII previa al gótico clásico del siglo XIII y que tiene sus mejores exponentes en catedrales francesas como Laon, Soissons y París, y que desde luego apenas tiene comparación en todo el territorio español. Puede por ello merecer la pena una visita a su interior –previo pago de entrada–, en el que disfrutar especialmente de su singular triforio y la zona absidial. Pero que no se deje engañar el visitante, porque su espectacular fachada tan sólo fue construida en el siglo XX (1910) en un fantástico “neogótico” para darle un aspecto elegante y acorde al magnífico interior, y que en realidad le hace justicia.

Desde la Plaza Mayor sugerimos ahora un desvío para ver otro de los puntos emblemáticos, quizás el más conocido, de la ciudad de Cuenca. Justo desde la portada de la Catedral hemos de dirigirnos en dirección Este, por la Calle del Obispo Valero. La calle nos dejará en una segunda plaza, mucho más discreta y estrecha, desde la que girando a la izquierda, y siempre manteniendo la dirección Este, encontraremos varios lugares interesantes. El más importante de Todos el Museo Arqueológico de Cuenca, edificio que precisamente hace esquina en nuestro recorrido. Ocupa el palacio conocido como “Casa del Curato” y nos muestra en tres secciones principales –Arqueología, Etnología y Bellas Artes– lo mejor de toda la provincia, con especial dedicación a los magníficos restos romanos hallados a lo largo del territorio conquense. En modesta opinión, es quizás el más interesante de los muchos museos que hay en la ciudad, y puede ser visita aconsejable. Pero siguiendo nuestro recorrido, siempre por la Calle Obispo Valero, la estrechez será cada vez más evidente, hasta que tras un brusco giro a la derecha, y un ligero descenso nos encontraremos ante los edificios más fotografiados de la ciudad: las Casas Colgadas. Las estaremos viendo desde el interior de la ciudad, y no es esta su mejor vista, que al contrario es pobre y decepcionante. Albergan la primera un conocido Mesón, y la segunda el reputado Museo de Arte Abstracto, dependiente de la fundación Juan March. Tomemos el pequeño pasadizo que hay junto a ellas, y que nos va a sacar del recinto amurallado de Cuenca. Girémonos ahora, y entonces podremos disfrutar del magnífico aspecto de estas casas, que efectivamente merecen su nombre, en tanto que literalmente desafían al vacío colgándose y uniéndose a la vez al perfil rocoso, completamente vertical, sobre el que han sido construidas. Nos cuenta la tradición que estas construcciones están entre las más antiguas de la ciudad, y que su origen se remonta al siglo XIV. Difícil de precisar, y difícil de demostrar lo contrario. Lo cierto es que su entramado de madera, y sus balcones demuestran con creces esta antigüedad, sin poder precisarla más, y llevándonos por tanto a imaginarlas como “rascacielos” de la Edad Media.

Será una fantástica idea alejarnos aún más. A escasos metros y siempre en descenso, nos encontraremos con el puente metálico de San Pablo –no apto para aquellos que sufran vértigo–, que salvando el profundo tajo del río Huécar nos llevará lo suficientemente lejos como para poder contemplar en todo su esplendor el desafío de las casas colgadas, pero también el hermoso conjunto que forma toda la ciudad conquense, en realidad colgada toda ella. Además, al otro lado del puente podremos también disfrutar de la hermosa vista o visita del hoy Parador Nacional de Turismo, que utiliza el edificio de lo que en otra época fue el convento de San Pablo, edificado en el siglo XVI. Como todos los paradores, es aconsejable su visita por la belleza, en este caso especialmente no sólo por su arquitectura, sino también por su ubicación en una roca aislada que brinda la guinda al paisaje circundante.

De regreso por el mismo camino hacia el centro histórico podemos plantearnos variar nuestra ruta. Justo en la desembocadura del puente de San Pablo, a escasos metros de las Casas Colgadas, podemos ir hacia el norte (derecha), haciendo por un sendero una ronda que nos devolverá a la parte más elevada de la ciudad, nuestro lugar de inicio. O podríamos ir hacia el sur (izquierda, pasando bajo el puente), y entonces descenderíamos bruscamente hasta el mismo río, por el que se puede caminar hasta un total de siete kilómetros rodeando por completo la ciudad en un bonito y tranquilo paseo entre arbolado, y en plena naturaleza. Y por último, por supuesto, podemos volver sobre nuestros pasos, pasar nuevamente junto a las casas colgadas, nuevamente bajo el pasadizo de madera, y reincorporarnos al interior del casco histórico, donde aún nos queda, aproximadamente, media ciudad por visitar.

Nos queda toda la parte sur de la ciudad por conocer. Se articula igualmente en torno a una calle principal –calle de Alfonso VIII–, y también a ambos lados de ésta se abren callejuelas, en este caso más dispersas porque el terreno se vuelve más ancho, aunque continúa encajonado entre los dos ríos. Elija el visitante un poco a su gusto, aunque el consejo sigue siendo el de pasear sin fijarse bien en las elecciones, pues todos los recodos merecen la pena. Encontrará como hitos destacables la pequeña Plaza de la Merced, en la que se abre majestuoso el Seminario de San Juan, y a pocos metros de éste la Torre de Mangana, uno de los símbolos en el perfil de la ciudad. Pero dejaremos aquí la descripción detallada del centro histórico de Cuenca para animar al visitante a decidir por su cuenta. Además de los ya citados Museo Arqueológico, y Museo de Arte Abstracto, también pueden ser visitables otros itinerarios culturales. Así cabe nombrar el Museo Diocesano que contiene numerosas obras y objetos religiosos entre los que cabe destacar un par de pinturas de El Greco. O el Museo de las Ciencias, o la Fundación Antonio Saura situada en la Casa Zavala y que muestra una completa muestra del pintor surrealista. O la Fundación Antonio Pérez, situada en las cercanías del Castillo, y que no sólo muestra la obra de este genial artista, sino que se ha reconvertido en la principal sala de exposiciones de arte contemporáneo de la ciudad.



No podemos irnos de Cuenca sin degustar antes su rica gastronomía. Estamos en la región de Castilla la Mancha, y evidentemente esto se refleja en el plato. Pocos son los pescados habituales en la cocina conquense por la carencia de costa, y aún así dos brillan con luz propia: la trucha, y el bacalao. La primera procedente de sus ríos y preparada generalmente frita. El segundo conservado en sal, y preparado brillantemente tanto en potajes con garbanzos y espinacas, como en el más tradicional ajoarriero. Más importancia tienen las carnes, y aquí destaca sobre todo el cordero, presente en infinitud de recetas y preparaciones: chuletillas a la parrilla, zarajos, y por supuesto asado al horno. Con luz propia brillan el morteruelo, una especie de puré o pasta a base de una gran cantidad de ingredientes, o por supuesto las ancestrales migas de pastor, extendidas por toda la geografía manchega. No debemos olvidarnos las gachas, y tampoco el más exquisito de sus dulces, que nos recuerda la tradición y origen islámico de la ciudad: el alajú, hecho a base de almendras, miel, naranja y limón, y pan rallado. Y para finalizar, podemos atrevernos con un suave licor anisado, típicamente conquense que es el resoli.

Sepa el visitante nocturno de Cuenca que en el Centro histórico abundan los bares y lugares de ambiente. Ha de descubrirlos repartidos por las callejas –sobre todo en el entorno de la Plaza Mayor–, y no en la calle central que parte en dos todo el centro histórico. No están pensados necesariamente para los turistas, sino que los propios conquenses los frecuentan con gusto. Eso sí, mucho más abajo, fuera del centro histórico, es evidente que allí también se encontrarán lugares de fiesta, en tanto que la mayoría de la población de la ciudad no tiene el privilegio de vivir en la parte antigua. El mismo discurso nos sirve para los alojamientos hosteleros: los más caros, famosos y mejores hoteles de Cuenca se encuentran en el centro histórico, pero en cambio en la ciudad moderna encontraremos muchos, y además, generalmente, mucho más económicos.


Cuenca está situada a los pies de una sierra montañosa que lleva el mismo nombre, y la altitud de la ciudad con respecto al mar es de casi 1000 metros de altitud. Sobra por tanto decir que su clima es riguroso, con inviernos bastante frescos y veranos bastante cálidos, siendo por tanto característica una gran oscilación térmica a lo largo del año. Son habituales las heladas durante el periodo invernal, con temperaturas no muy elevadas a lo largo de las jornadas, que aún así no serán un gran inconveniente, excepto en los meses centrales del invierno, momento en el que, por cierto, se concentran la mayoría de las lluvias. Por el contrario, y por contraste, los meses centrales del verano registran magníficos días soleados, con ausencia total de lluvias, pero eso sí, temperaturas que en condiciones normales superarán los 30º durante julio y agosto. Son por lo tanto las estaciones intermedias las más adecuadas para visitar la ciudad, y el consejo sería el de evitar el más crudo invierno y el más duro verano. Pero en realidad no hay restricción alguna si venimos preparados para el frío en invierno, y para el calor en verano: basta un vistazo a las previsiones meteorológicas para disfrutar de una magnífica visita al nido de águilas de Cuenca en cualquier época del año.



Video de promoción turística de Cuenca.





I.Y.P.

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