martes, 17 de mayo de 2011

Alcalá de Henares, universitaria y cervantina.

Alcalá es una de las ciudades más viejas y antiguas de la Comunidad de Madrid. Y sin embargo no es por esto que ha pasado a la historia, sino por ser el lugar de nacimiento del genial escritor de Miguel de Cervantes, y por ser la sede de una de las universidades más viejas y lustrosas de España. Pero evidentemente estos dos hechos de gran trascendencia histórica no habrían sido posibles de no haber sido por el peso y la importancia histórica de la ciudad.

Habitada ya durante la época Íbera, casi nada se sabe de aquel periodo, e incluso se duda del nombre que por entonces tenía el asentamiento. Será un poco más tarde, en torno al siglo I d.C. cuando el Imperio Romano decida asentarse en este mismo lugar, fundando entonces una población llamada Complutum. La población sería ampliada y reformada durante el siglo III d.C., aún bajo legislación y dominio romano, y perviviría y seguiría siendo importante durante el periodo visigodo. Sin embargo su actual nombre, curiosamente, proviene del periodo musulmán. Las tropas andalusíes construirían un castillo de frontera sobre uno de los cerros que se asoman al valle del río Henares. A los pies de este castillo quedó una pequeña población civil, musulmana, que fue bautizada con el nombre de Al Qal’at Nahar –literalmente el castillo sobre el Henares–. Fue así como la ciudad pasó a tomar el nombre musulmán, que castellanizado dio el actual de Alcalá (Al Qal’at). Tras la Reconquista Cristiana, el castillo y la población musulmana quedaron abandonados, y los nuevos habitantes eligieron un nuevo lugar, mucho más cercano a la vieja Complutum romana, y algo más alejado del río y del viejo castillo árabe. En esta ocasión, el nuevo asentamiento se realizó sobre el supuesto lugar de martirio de dos jóvenes santos, y que coincidiría en la actualidad con el entorno de la Catedral Magistral de Alcalá. De cualquier manera, este asentamiento tras la reconquista se convirtió ya en el definitivo, a poco más de un kilómetro del viejo asentamiento romano y visigodo, y un poco más alejado del asentamiento musulmán, pero que definitivamente fue el último; o dicho con otras palabras, es el casco histórico de la actual población de Alcalá.

La pequeña población fue adquiriendo importancia a lo largo de la alta edad media hasta el punto de llegar a ser ciudad con palacio episcopal –los obispos de la Archidiócesis de Toledo–; con fueros y leyes propias, y muy probablemente la población más importante de todo lo que hoy es la Comunidad de Madrid. Además, en Alcalá durante tiempo convivieron, como en Toledo, las tres culturas principales que estuvieron presentes en la península hasta 1492: cristianos, judíos y musulmanes, lo que nos puede dar una idea del poder económico y el peso político de la población.
Su época más esplendorosa la alcanzará en los siglos XV y XVI. Justo a finales del siglo XV, en el año 1499, el Cardenal Cisneros decidirá construir una universidad, hecho que supuso para Alcalá un crecimiento y una revolución urbanística importantísima. La ciudad dobló su población y se extendió más allá de las viejas murallas en que estaba protegida. Es así como a la población llegaron numerosas personas atraídas por el trabajo, el comercio y el estudio. La ciudad se llenó de obras, de construcciones nuevas, de colegios mayores y menores, de nuevos mercaderes, y todo tipo de personas ávidas de encontrar fortuna en una población tan dinámica. Y entre ellos estaba el padre de Miguel de Cervantes, médico –cirujano barbero–, que en Alcalá encontró trabajo durante algún tiempo y vio cómo allí nacía su hijo más famoso. Algo que por cierto, no se ha descubierto hasta hace muy pocos años. Y entre los estudiantes de la Universidad hemos de citar a Francisco de Quevedo, a Lope de Vega, a Antonio de Nebrija, a Calderón de la Barca, a San Ignacio de Loyola, a Gaspar Melchor de Jovellanos
Posteriormente, los siglos XVII y XVIII sumirían a Alcalá en un letargo importante. La razón más importante fue la designación de la cercana Madrid como capital del reino, lo que hizo “emigrar” a muchos de sus habitantes a la nueva población, y con ellos muchos de sus negocios. De hecho, la reina Isabel II también haría mudarse incluso a la Universidad de Alcalá a Madrid. Sólo el siglo XX ha devuelto a Alcalá su merecida fama. La ciudad hoy se ofrece como un importante polo industrial y turístico, y atesora un patrimonio monumental espectacular, que le ha llevado a ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde el año 1998. Por estas razones, y por alguna sorpresa más que depara la ciudad en su visita, Alcalá bien merece un paseo por sus calles.
Alcalá de Henares está situada al este de Madrid, a tan sólo 31 kilómetros, en plena vía de comunicación terrestre con Zaragoza y Barcelona. Llegar a Alcalá no supondrá ningún problema, ya que tanto los autobuses interurbanos de Madrid, como la red de cercanías de Renfe la incluyen en sus servicios, con una alta frecuencia, haciendo de Alcalá un destino perfecto para un viaje de ida y vuelta en el mismo día. Si elegimos el autobús, hemos de saber que la salida desde Madrid es desde el Intercambiador de la Avenida de América, donde podremos tomar las líneas 223, 227 o 229, que aunque varían levemente su recorrido, nos dejarán en Alcalá en poco más de 40 minutos, y presentan una frecuencia que no suele ser más alta de los 15 minutos. Si por el contrario, elegimos el tren, entonces nuestro origen será cualquiera de las estaciones de la red de cercanías en las que circulen las líneas C2 ó C7aChamartín, Nuevos Ministerios, Recoletos o Atocha–. La línea C2 finaliza en Guadalajara, mientras que la línea C7a finaliza precisamente en Alcalá de Henares. Entre ambas líneas conseguimos una frecuencia de unos 10 minutos; y el trayecto dura un total de unos 45 minutos.
Llegados a Alcalá, tanto en bus como en tren, tan sólo tendremos que caminar en dirección sur para llegar al centro histórico de la ciudad. Desde la estación de Renfe serán aproximadamente unos 15 minutos, y desde la Avenida Vía Complutense –donde están las paradas de los autobuses– no deberían ser más de 5 minutos. En ambos casos, ante cualquier duda, la torre de la Catedral (y de otras muchas iglesias) nos indicará con claridad hacia dónde debemos dirigirnos. Quizás sea una buena idea iniciar la visita pasando por la Oficina de Turismo, situada en la esquina sur de la Plaza de Cervantes, donde además de darnos planos e información de la ciudad, se nos ofrecerá la posibilidad de realizar alguna visita en grupo por los edificios y lugares más destacados de la población. Y precisamente la plaza de Cervantes puede ser un buen lugar para iniciar la visita.
La visita más aconsejada en Alcalá de Henares es la de su vieja universidad. El edificio histórico de la Universidad de Alcalá ocupa una manzana entera, justo al lado de la Plaza de Cervantes. El origen de la institución académica se remonta a 1499, año en el que el Cardenal Cisneros consigue los permisos para instalar en la ciudad la Universidad, obras que se harán con una cierta rapidez ante la vejez de su patrocinador. Por ello, el edificio que hoy podemos visitar no es el primero, y de hecho no lo llegó a ver el Cardenal Cisneros, sino que se hizo pocos años después, tras su muerte, y Cisneros tan sólo contempló la Universidad, ya en funcionamiento, pero en un edificio mucho más austero, sencillo y barato. La actual fachada de la Universidad de Alcalá de Henares es una de las obras cumbre del Renacimiento Español. Se la debemos al arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón, quien diseñó un trabajado programa iconográfico decorativo en una fachada que enmarca la principal puerta de acceso y destacando de manera especial el viejo espacio de la biblioteca, la protección de la sabiduría, y el papel que en ella desempeñaba entonces la institución eclesiástica. Por este acceso llegaremos al primero de los tres patios de que consta el edificio histórico. Tampoco lo llegó a ver tal como hoy está el Cardenal Cisneros, pues fue remodelado para hacerlo en piedra –sus materiales originales eran más humildes–, y se lo debemos a otro genial arquitecto: Juan Gómez de Mora, ya en el siglo XVII. Este primer patio, llamado de Santo Tomás de Villanueva, fueron las viejas aulas o escuelas, pero alberga en la actualidad las principales oficinas y despachos rectorales y de administración de la Universidad de Alcalá. La historia nos cuenta que en el año 1836 la reina Isabel II cerró la universidad, trasladando los estudios y sus profesores a Madrid. La vieja universidad de Alcalá quedaría cerrada (y no se reabrió hasta 1977), y la nueva de Madrid tomaría el nombre de Complutense en recuerdo de la vieja población romana de Alcalá. De cualquier modo, en la actualidad Alcalá vuelve a lucir universidad, con más de 27.000 alumnos, repartidos en nuevos edificios en distintos campus, y muchos otros edificios históricos del centro de Alcalá. El edificio histórico se ha convertido en la sede del Rectorado, y por ello ya no se dan clases en él.
El segundo de los patios del edificio histórico, al que se accede desde el primero, es el llamado Patio de filósofos. En este lugar tenía lugar la vida más habitual de la Universidad. Era un lugar de transición, pero también de vida, estudio y trabajo, por el que continuamente circulaban los estudiantes, algunos de los cuales vivían y trabajaban en estas mismas dependencias. También aquí se iniciaban los festejos cuando un alumno se doctoraba, o las burlas cuando un alumno suspendía. Desde este mismo patio se puede llegar al último de los patios, el llamado Patio trilingüe, pues era norma de la universidad que los alumnos sólo hablasen en latín, griego o hebreo en las dependencias universitarias, siendo sancionados con graves multas e incluso cárcel si incumplían la regla. Es el más pequeño de todos los patios, porque en una de sus esquinas se encuentra ubicado el Paraninfo de la Universidad de Alcalá. –este espacio sólo se puede visitar con un guía, pero no en la visita libre–. El espacio es el original, restaurado y rescatado del olvido tras los años de abandono, y además de destacar por su espectacular belleza, es un lugar importantísimo para las letras hispanas, ya que aquí se concede todos los 23 de Abril el máximo galardón de las lenguas hispanas: el premio Cervantes. Bien merece una visita.

Dejando la Universidad, podremos continuar nuestra visita regresando a la Plaza de Cervantes. En su lado Oeste se encuentra quizás la sorpresa más grata e inesperada de la ciudad. Oculto entre los edificios se encuentra un antiguo corral de comedias, que hoy sigue siendo teatro, y del que se dice es el más antiguo de Europa que sigue en funcionamiento… desde 1602. El Corral de Comedias fue el origen de los teatros españoles. En los patios interiores de las casas se construyeron pequeños escenarios en los que se pudiesen representar obras teatrales. Fue así como nació éste de Alcalá, pero también todos los que existieron en la mismísima Madrid. La diferencia es que, afortunadamente, en Alcalá, y gracias al gran número de estudiantes y gentes de letras, el corral siempre siguió en funcionamiento. Se fue adecuando a las modas, y por ello se le puso un techo, se amplió, se reconvirtió en forma de verdadero teatro durante la época del romanticismo… llegó incluso a ser cine y no teatro… pero finalmente ha sido rescatado y restaurado y hoy se puede comprender no sólo la evolución del teatro, sino visitar su interior y conocer su historia. Su visita está muy aconsejada, pues por su historia, su decoración sencilla, y su tamaño irrisorio, el visitante se verá sorprendido.

La tercera visita que debemos hacer en Alcalá de Henares es la de la Casa Natal de Miguel de Cervantes. En honor a la verdad hemos de aclarar que la casa se destruyó, y que la que hoy visitamos es tal como era la antigua, pero mucho más reciente. Eso sí, se ha hecho con buen gusto, y respetando los espacios originales, el mobiliario de época, el hermoso patio interior… No ha mucho tiempo que se supo que Cervantes había nacido en 1547 en Alcalá, y tras un largo proceso de investigación se dio con el lugar exacto. Por eso la Comunidad de Madrid adecuó la casa al modo antiguo y creó en ella el museo, en el que además de poder contemplar una casa de la época se ha habilitado un pequeño museo de publicaciones cervantinas. El espacio no es espectacular, pero puede merecer la pena, sobre todo teniendo en cuenta que la entrada es gratuita.
La casa de cervantes está en plena calle mayor, justo al lado del Hospital de Antenaza –en la actualidad en obras, pero volverá a ser visitable cuando finalicen– donde el padre del genial escritor desempeñó sus funciones de cirujano barbero. La propia calle mayor es un hermoso regalo. Responde al viejo trazado de la antigua calzada romana que comunicaba Alcalá –Complutum– con Zaragoza –Caesar Augusta–, y por eso su trazado es perfectamente rectilíneo. Este mismo lugar fue barrio judío de Alcalá durante la edad media, y a aquel periodo responden parte de los esquemas actuales: casas bajas, con un máximo de dos alturas, situadas sobre soportales constituidos por columnas, muchas de ellas, por cierto, romanas. Eran las viviendas de los hebraicos, en el piso inferior la tienda, en el superior la vivienda propiamente dicha. Si continuamos por la calle mayor, llegaremos a la Catedral Magistral de Alcalá. Dedicada a los niños santos Justo y Pastor, el edificio actual está prácticamente reconstruido por completo tras los bombardeos de la Guerra Civil Española. El lugar exacto era el corazón de la vieja ciudad cristiana tras la reconquista, y es por tanto la parte más antigua de la ciudad medieval. Así por ejemplo, en las inmediaciones tenemos la vieja “Puerta de Madrid”, que es la vieja puerta de la muralla, y que no por casualidad se llama así. 31 kilómetros al Oeste de este lugar, encontraremos la madrileña “Puerta de Alcalá”. También en las inmediaciones tenemos el Centro de Interpretación del Burgo de Santiuste; pequeño museo en el que nos explicarán la evolución urbanística de Alcalá de Henares.

Universidad, corrala y casa de Cervantes, además de pasear por el centro histórico de Alcalá, bien pueden justificar una visita. No obstante, para los más interesados son aún muchas las opciones que la ciudad sigue ofreciendo. Una interesante es el Palacio Arzobispal; situado en el noroeste del centro histórico, y al que por desgracia no están permitidas las visitas. Fue un gigantesco edificio renacentista, construido en varios patios un poco antes de la misma universidad. Sin embargo, gran parte del edificio también se destruyó durante la Guerra Civil, y aún así lo que hoy podemos contemplar nos habla tanto de la belleza del edificio, como de la importancia de la ciudad, que aún compartiendo la archidiócesis con Toledo, fue capaz de atraer a varios arzobispos a ella.
A escasos metros, en la misma plaza del Palacio Arzobispal, se encuentra el Museo Arqueológico Regional. Se trata del museo de arqueología de la Comunidad de Madrid y en él se conservan importantes restos paleontológicos, así como una completa y trabajada exposición que a través de sus piezas y su itinerario nos explicarán la colonización de la región madrileña por el hombre; y el posterior crecimiento de las ciudades. La entrada es gratuita.
Por último, también cabe destacar en Alcalá de Henares la posibilidad de realizar alguna visita a los restos romanos. Hay dos opciones, la llamada Casa de Hippolytus, bastante cercana a la “Puerta de Madrid”, o un poco más alejado, pero más interesante, el conjunto monumental del Foro, al que podemos llegar con el autobús urbano de Alcalá. En el primer caso podremos disfrutar de los restos de una antigua vivienda que contienen un espectacular y gigantesco mosaico; y en el segundo caso, en una extensión mucho más grande, podremos disfrutar de los restos, y explicaciones del gran foro que tuvo la ciudad de Complutum, y que incluye termas, varias calles, y hasta un viejo mercado.



Vídeo de Promoción Turística de Alcalá de Henares


I.Y.P.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Mérida, ciudad Augusta.

Conocer Mérida es conocer el pasado romano mejor conservado de Hispania. La ciudad de Augusta Emérita –pues este era su nombre romano–, atesora uno de los mejores y más espectaculares patrimonios romanos europeos, y tal vez el más completo de los españoles.

Como tantísimas ciudades antiguas, Mérida surgió al abrigo de dos ríos que la surtiesen de agua, permitiesen el comercio, y la vez la defendiesen: el Guadiana y el Albarregas (Anas y Barraeca en tiempo romano). Esto sucedía en el año 25 a.C., con la creación de una pequeña población satélite o más correctamente “colonia” del gran Imperio Romano. Sin embargo su destino cambiaría espectacularmente en el año 15 a.C. al ser elegida como la capital de la extensa provincia de Lusitania. Desde este mismo momento Mérida no dejará de crecer hasta el fin del gobierno romano. Y lo hará además con grandes pretensiones, pues tras la finalización de las Guerras Cántabras en el norte de la Península Ibérica, a muchos de los militares romanos que son jubilados con honores del ejército se les da la posibilidad de habitar en esta ciudad, en la que además de la ciudadanía romana se les otorgaría la propiedad de tierras de cultivo. Evidentemente muchos aceptaron esta propuesta, con lo que la ciudad creció espectacularmente y fue dotada de todos los servicios públicos que la cultura romana conocía y facilitaba a sus habitantes.

Es así como Emérita Augusta (llamamos emérito a aquella persona que después de haberse retirado del cargo que ocupaba, disfruta de beneficios derivados de una profesión) se convierte en la gran ciudad que fue. La urbe aglutinaba costumbres y maneras autóctonas por sus habitantes más antiguos –prerromanos–, pero también otras más ajenas procedentes de los muchos habitantes de muy distintos orígenes, y que se habían aglutinado en los ejércitos militares imperiales. Esta estampa fue un magnífico ejemplo de la tan actual globalización, aunque a una escala menor. Por ello la ciudad fue durante siglos, también tras la caída del Imperio Romano y la llegada de visigodos y musulmanes, una de las más importantes capitales culturales y religiosas, donde cristianismo y judaísmo brillaron en intensidad y poder. Y fruto de todo aquel esplendor que se fue apagando a lo largo de la Edad Media, son la ingente cantidad de restos y monumentos romanos que todavía hoy se pueden contemplar por las calles y museos de la actual Mérida, y que le ha valido la declaración de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1993, con especial protección de su conjunto arqueológico constituido por 28 sitios repartidos en edificios, monumentos, o restos arqueológicos presentes en el centro histórico de la ciudad.


Mérida es hoy una ciudad de tamaño pequeño con sus casi 60.000 habitantes, y sin embargo ha sido elegida por su gran pasado histórico y cultural como la Capital política de Extremadura, región a la que pertenece. Junto con Santiago de Compostela (en Galicia), son las dos únicas excepciones en España en las que una ciudad, que no es capital de su propia provincia –Mérida está en la provincia de Badajoz–, son elegidas capitales de una Comunidad Autónoma. Situada más o menos en el centro de Extremadura, y a unos 340 kilómetros al suroeste de Madrid, dista tan sólo 65 kilómetros de la frontera con Portugal, ubicándose en un fertilísimo valle, salpicado y rodeado de otros pequeños valles y colinas, y generosamente regado por el río Guadiana y muchos de sus pequeños afluentes y arroyos.


Llegar a Mérida es muy fácil en autobús. La empresa que da servicio es Avanzabus, y dispone de ocho autobuses diarios, que en 4 ó 5 horas, dependiendo de si es un servicio “normal” o “exprés”, recorrerán la distancia. La salida en Madrid se producirá desde la Estación Sur – Méndez Álvaro, y la estación de destino en Mérida está integrada en la ciudad nueva. Para llegar al centro histórico, tan sólo tendremos que cruzar el río, ya sea por el viejo puente romano, o por el moderno puente Lusitania diseñado por Santiago Calatrava; ambos visibles nada más salir de la estación. Si por el contrario elegimos el tren, Renfe dispone de cinco conexiones diarias –no todas operativas los festivos, sábados y domingos–, que emplean entre cinco o seis horas, dependiendo del tipo de tren elegido. La estación de salida en Madrid será Atocha-Cercanías. La estación de Mérida se encuentra al norte de la ciudad, pero a menos de diez minutos a pié del centro histórico, de modo que tras llegar basta caminar en dirección sur por las pequeñas calles que encontraremos frente a nosotros a la salida de la estación, y que ya son parte del conjunto histórico.

Una vez en Mérida, hemos de saber que las distancias a recorrer son pequeñas, y por tanto podemos conocer tranquilamente la ciudad a pie. La visita inexcusable y quizás más impresionante ha de ser la visita al conjunto arqueológico del Teatro y Anfiteatro romano. A la entrada del recinto, situado en el corazón del centro histórico, podremos obtener una entrada válida no sólo para este recinto, sino también para muchos otros lugares y monumentos visitables en toda la ciudad: el circo romano, la Casa del Mitreo, los Columbarios, la Alcazaba Árabe, y el área arqueológica de Morerías. El Teatro y Anfiteatro romano de Mérida están situados uno junto al otro, y su construcción respondió al gran tamaño e importancia de la ciudad, a la que se dotó de las mismas obras públicas lúdicas de cualquier otra gran ciudad romana, incluida la propia Roma.


El Teatro Romano fue iniciado a construirse por orden del Cónsul Marco Vipsanio Agripa justo en el momento en que la ciudad obtenía el título de capital de Lusitania, en el año 15 a.C. El gigantesco edificio sufrió varias modificaciones y ampliaciones, la más severa todavía en época romana, durante los años del cambio entre los siglos I y II d.C., momento al que pertenece su actual fachada o frente de escena. Con la caída del Imperio Romano (siglo V) el edificio quedó abandonado, y muchas de sus piedras sirvieron para la construcción de edificios civiles durante el periodo visigodo, musulmán e incluso durante los últimos siglos de la Edad Media. Sepultado por los propios habitantes de Mérida, el edificio permaneció prácticamente oculto, a modo de pequeña colina hasta el siglo XIX, momento en el que se iniciaron los primeros estudios. Por fin en 1910 se iniciaban las labores arqueológicas, y poco a poco iba siendo descubierto y restaurado el actual edificio. En su conjunto, el Teatro de Mérida es un perfecto ejemplo de los teatros romanos "típicos", y guarda gran parecido con otros conservados en el norte de África, Francia, y por supuesto Italia. Su cavea tiene un diámetro de 86 metros, con un graderío dispuesto para unos 6000 espectadores en cinco sectores, y perfectamente diseñados para una rápida evacuación en unos pocos minutos a través de los distintos vomitorios. La parte más espectacular, todavía hoy, es el frente de escena. Está compuesto por un escenario propiamente dicho y un muro trasero, monumental, que servía como fondo a todas las representaciones: en total casi 8 metros de anchura, 63 de longitud, y una altura máxima de casi 18 metros; todo ello construido por dos cuerpos de columnas, cornisas y adornado con distintas esculturas, fabricado todo en mármoles. Lo que hoy vemos está constituido por las piezas originales, simplemente reubicadas por el método de la anastilosis en el que se piensa fue su aspecto y sitio original, de acuerdo a otros modelos conocidos de teatros construidos durante la época del emperador Trajano. Sin embargo, la reconstrucción se realizó durante los años 60 y 70, y en la actualidad hay una cierta discrepancia con el resultado final. Pero lo que es indudable es su monumentalidad y belleza, además de su increíble acústica que podéis probar durante la visita: quien se coloque en el centro del escenario, o en el espacio semicircular inmediatamente anterior (orchestra), no necesitará gritar para ser perfectamente escuchado en cualquier punto de las gradas. Desde el año 1933, todos los veranos se celebra en este lugar el Festival de Teatro Clásico de Mérida.


El Anfiteatro es el otro resto monumental conservado a escasos metros del Teatro. Fue mandado construir en el año 25 a.C. por el Emperador Octavio Augusto, una decisión tomada directamente para favorecer el asentamiento de los militares jubilados tras el fin de las Guerras Cántabras. El anfiteatro fue siempre un edificio más popular que el teatro, y al que acudían gentes de todas las clases y estratos sociales, mucho menos refinados o cultos que el teatro. Su principal función era la de albergar las tan populares luchas entre gladiadores, entre animales salvajes, y a veces la combinación de luchas entre gladiadores y fieras salvajes. Su forma es la tradicional elíptica –más o menos como dos teatros enfrentados– con un eje principal de 126 metros y uno menor de poco más de 100 metros, con lo que en su interior se alberga una arena de 65x40 metros. La conservación del anfiteatro es sensiblemente peor que la del teatro, y también ha sufrido menos labores de reconstrucción arqueológica. Aún así es perfectamente visible y fácilmente comprensible en su forma y función. Destaca la llamada fossa bestiaria; el agujero que se conserva en el centro de la arena, y que estaba destinado a albergar a las bestias salvajes. Su graderío, bastante destruido, daba cabida a unos 15.000 espectadores, y cuenta con espacios especiales reservados para las clases dirigentes.


Inmediatamente al lado del conjunto arqueológico del Teatro y Anfiteatro se haya situado el Museo Romano. La visita también es aconsejable, ya que se trata del Museo Nacional de Arte Romano, que con buen criterio se decidió ubicar en Mérida, en lugar de Madrid, como ha sucedido con prácticamente todos los museos “nacionales”. Y la razón, evidentemente, es que Mérida es la principal fuente de abastecimiento. El propio edificio ya merece una atenta mirada, especialmente en su interior. Obra de Rafael Moneo, fue construido al modo romano, básicamente con ladrillo y arcos de medio punto, como cualquier obra típica romana, y recuerda a las inmensas basílicas romanas. En su interior el visitante descubrirá, en varios niveles y capítulos, desde mosaicos, a esculturas, pequeños útiles de la vida diaria de vidrio, hueso, cerámica y metal, colecciones de monedas, maquetas de la ciudad, fragmentos de edificios, columnas y capiteles… pero también en el sótano –cripta– restos in situ de la propia Emérita Augusta: restos de varias viviendas, pinturas originales en las paredes de esas mismas casas, e incluso una calle o vía perfectamente conservada e integrada en el edificio moderno.


Otras visitas que pueden resultar interesantes están situadas al norte de la zona del Museo, Teatro y Anfiteatro. La primera de ellas es el gran Circo Romano. Con 400 metros de longitud y 100 metros de anchura era el edificio lúdico de mayor tamaño de la ciudad, razón por la cual también estaba fuera de las murallas de Mérida. Tenía una capacidad para unos 30.000 espectadores en sus gradas, construidas del mismo modo que las del Teatro y Anfiteatro. Se construyó durante el siglo I d.C. y servía para las grandes carreras de caballos, en parejas de dos –bigas– o en grupos de cuatro –cuadrigas–. Su estado de conservación es el menos bueno de los grandes centros de entretenimiento. Aún así, desde hace muy poco tiempo se cuenta con un Centro de Interpretación para los visitantes que permite comprender con facilidad su forma y funciones, sin limitarse por ello en absoluto la visita al monumento propiamente dicho.


Muy cerca se encuentra la Basílica de Santa Eulalia. El edificio religioso responde a una construcción realizada en el siglo IV en el mismo lugar en el que la niña Eulalia había sido martirizada. Es uno de los lugares más importantes para el nacimiento de la religión cristiana en la Península Ibérica, y uno de los más antiguos de toda Europa. El pequeño edificio fue desde ese mismo siglo enriquecido, ampliado y decorado por distintos obispos durante toda la Edad Media, y por eso su aspecto actual dista mucho del original. Gran parte de lo que se ve en la actualidad resale al siglo XIII. Merece la pena una visita tanto para contemplar la parte plenamente medieval, con partes incluso del periodo visigodo; así como el pórtico exterior, realizado con fragmentos de un viejo templo dedicado a Marte, a lo largo del siglo XVII. Bajo el edificio se conserva, y ha sido rescatado gracias a trabajos arqueológicos, la vieja cripta del siglo IV que es hoy completamente visitable. Allí se conserva la tumba y los restos del mausoleo tardorromano, razón por la cual se construía a lo largo de siglos todo el edificio superior. El edificio también cuenta con un centro de interpretación para visitantes.


Son todavía muchos los lugares visitables en el centro histórico de Mérida, y varios de ellos están incluidos en la entrada que se compra para el Teatro y Anfiteatro. Es el caso de la Casa del Mitreo, una edificación familiar de la ciudad romana hallada fortuitamente a mediados del siglo XX, y que permitirá al visitante conocer las casas romanas, y el tradicional modo de vida. Es también el caso de los llamados Columbarios; que son construcciones funerarias realizadas a cielo abierto, y donde se conserva parte de las construcciones, lápidas e inscripciones. Por último, y quizás la más interesante de estas visitas integradas en un mismo ticket del conjunto monumental emeritense es la Alcazaba. La designación de este edificio con el término árabe alcazaba nos está diciendo mucho: se trata de la vieja fortaleza musulmana, que está ubicada a orillas del río Guadiana, en la confluencia con el puente romano. Se trata de uno de los más grandes y mejores ejemplos de construcción defensiva del periodo islámico en la Península Ibérica. Está fechada hacia el año 835 d.C., y se constituye por un gran recinto de sección cuadrangular de unos 550 metros de lado en el que se alojaban los militares musulmanes. Por ello en el interior contaba con un gran aljibe que recogía agua filtrada del río, y al que todavía hoy se puede acceder. La mayoría de los materiales de construcción son piedras romanas reaprovechadas, que conforman el recinto con gran número de torres defensivas. En uno de sus extremos se construyó se construyó el Convento de la Orden de Santiago, que en la actualidad es la sede principal de la presidencia de la Comunidad Autónoma de Extremadura.

Simplemente paseando por Mérida el visitante podrá disfrutar de otros muchos tesoros. Uno de los más espectaculares es el Templo de Diana, uno de los pocos restos que quedan en pié del Foro Municipal de la ciudad romana, y el único de carácter religioso pagano que se conserva en la ciudad. Actualmente está en pleno proceso de restauración y de trabajos arqueológicos en su base, razón por la cual no es visitable en su interior, pero sí fácilmente visible. El nombre de Templo de Diana fue un viejo error cometido hace tiempo. Hoy se sabe con seguridad que el edificio estaba dedicado al culto imperial, y que se levantaba en los años próximos al año cero, durante la época del Emperador Augusto. Es el típico templo romano de sección rectangular, rodeado de columnas y con una escalinata de acceso en su parte principal, que era la que se asomaba al Foro, y hoy se asoma a la calle. Aunque resulte paradójico, el hecho de que se haya conservado en pié, y en buenas condiciones, responde a la construcción en su interior de una vivienda particular, que fue el Palacio del Conde de los Corbos, durante la época del Renacimiento.

A escasos metros de este templo se conservan también más restos del Foro Municipal, y como sucede en este caso son visibles pero no visitables. Mucho más interesantes le resultarán al visitante un paseo hacia otros ricos restos de las obras públicas romanas. Una de las obras más espectaculares es el propio puente romano sobre el Guadiana. Esta estructura facilitó el acceso a la ciudad, y sólo recientemente ha sido privado del tráfico de vehículos a motor. Su estado de conservación es espectacularmente bueno, y en ello tuvo mucho que ver el buen hacer de los ingenieros romanos, no sólo por su pericia para la construcción y elección del material de construcción –piedra de granito–, sino también su ubicación en un vado natural del río, que permitió un punto de apoyo en una isla natural hacia la mitad del puente. En total 792 metros de puente (uno de los más largos de todo el Imperio Romano) que preveían la crecida del río, y que de este modo la ciudad nunca quedase aislada.

Igual de espectacular fue el Acueducto de los Milagros que abastecía de agua la ciudad por el norte. El acueducto salva el pequeño valle del río Albarregas, donde por cierto hay otro pequeño puente romano, y el conjunto está hoy a la espalda de la estación de Renfe. Es espectacular, a pesar de su estado ruinoso, por la belleza de las arcadas conservadas, construidas alternando piedra granítica y ladrillo, y combinando pilares y arcos para dar seguridad y estabilidad al conjunto. El agua provenía del Embalse de Proserpina, situado a unos cinco kilómetros lineales de la ciudad, y que todavía en la actualidad está en pleno uso –lúdico principalmente–, y recién restaurado. Tanto el embalse como el acueducto se construyeron durante el siglo I d.C.


Este es un resumen de los principales puntos de interés, construcciones y restos monumentales de la ciudad de Mérida. Evidentemente son muchos más los espacios conservados y protegidos, que van desde varios yacimientos arqueológicos urbanos a los restos de dos edificios termales, el Acueducto de San Lázaro, los restos de la Cloaca, diques sobre el río Guadiana, los embalses de Cornalvo y Proserpina, fragmentos de la muralla, el Arco de Trajano… o el Xenodoquio, que tiene la característica de ser el único edificio visigodo conservado en España, de carácter no religioso... todo esto por no citar el rico patrimonio eclesiástico que contiene esta ciudad que llegó incluso a ser la capital espiritual española antes del ascenso de Toledo. Por todo ello la visita aquí aconsejada a la ciudad de Mérida ha de durar al menos tres días, que nos permita conocer lo imprescindible y descansar de las cinco o seis horas de viaje desde Madrid.

La ciudad nos ofrecerá otros campos de interés, como una rica artesanía basada principalmente en el turismo a través de la alfarería –cerámicas– y la creación de mosaicos y otras pequeñas piezas decorativas que imitan los métodos romanos, y que a menudo las combinan con técnicas, estilos y formas mucho más contemporáneas y modernas. Además no debemos olvidar que Mérida es una ciudad llena de servicios por su condición de capital administrativa de Extremadura, a lo que hay que sumar que también es ciudad universitaria. Por todo ello el ambiente es dinámico y alegre, y el visitante podrá disfrutar de una aceptable oferta de ocio, repartida entre ciudad nueva y vieja en función de las horas del día y la noche.


Si se desea probar la rica gastronomía extremeña, ha de tenerse en cuenta que la ciudad cuenta con más de 20 siglos de tradición, y por ello en su cocina se fusionan sabores, referentes culturales y recetas. Por ello existe todo tipo de variedad de recetas fuertes, suaves, calientes, frías, dulces, saladas… Pero toda su cocina se basa en la riquísima dehesa extremeña; en los productos de altísima calidad que la naturaleza brinda a toda Extremadura, donde el producto estrella, es sin lugar a dudas, el Jamón Ibérico. Como plato típico se puede degustar el Zorongollo, que es una ensalada elaborada con pimientos asados y lechugas; o el Ajoblanco, un plato elaborado fundamentalmente con pan, almendras, ajos, huevos y aceite de oliva. Otras recetas muy populares son la Sopa de Tomate, los Guisos de cordero, y las Migas de pastor.


El clima de Mérida es mediterráneo con algunas características del clima continental, debido a la lejanía del mar. En general podemos hablar de alternancia de días soleados con días nubosos, repartidos casi por igual a lo largo del año, aunque lo característico será buen tiempo en verano con temperaturas elevadas; y días oscuros y fácilmente lluviosos durante el invierno. El frío no será un gran problema excepto en las fechas más invernales, y en Otoño y Primavera el tiempo suele ser bastante cambiante aunque perfectamente llevadero y óptimo para realizar una visita, con temperaturas medias. En verano convendrá en cambio ir preparados para el fuerte calor y la intensidad solar.


Video privado de Promoción de la ciudad de Mérida





I.Y.P.