viernes, 11 de noviembre de 2011

Chinchón: la cuadratura del círculo.

La pequeña población de Chinchón es hoy un remanso de paz situado tan sólo 50 kms. al sureste de Madrid. Entre suaves colinas coloreadas por los colores y paisajes de las dehesas, la población ha sabido conservar su aspecto de “pueblo”. Escondido en la parte alta de un pequeño valle en la Comarca de Las Vegas, Chinchón nos habla de un glorioso pasado a través de su castillo, sus empinadas callejuelas, sus vecinos ilustres, su teatro, y sobre todo su curiosa Plaza Mayor, que ha dado a esta población fama en todo el país.

Para llegar a Chinchón hemos de utilizar la línea 337 de autobús interurbano del Consorcio de transportes de la Comunidad de Madrid, que tiene su salida y llegada en la Plaza Conde de Casal (la parada, para ser exactos, está situada en la Avda. del Mediterráneo, a unos 100 metros de la Plaza, y está indicada con el número de línea: 337). En unos 45 minutos estaremos en el destino.


Lo primero que veremos al llegar a Chinchón por la sinuosa carretera que sube desde la vega del río Tajuña es su castillo. El Castillo perteneció a la familia de los Cabrera, que lo heredaron del Señorío de Chinchón, con el permiso de los Reyes Católicos. El castillo actual, reconstruido en los últimos años del siglo XVI sobre otro anterior, está semiderruido debido al papel activo que jugó durante la Guerra de Sucesión en el año 1705. Por estas razones habitualmente está cerrado a las visitas, pero en cambio sí que podemos acercarnos a él y disfrutar de todo su perímetro (58x55 metros) perfectamente conservado, y sobre todo disfrutar también de las grandes vistas panorámicas que se divisan desde su emplazamiento que se abre en un altozano a todo el valle que vigilaba.

A tan sólo unos pocos centenares de metros está la población de Chinchón. Todo el pueblo gira entorno a su extraordinaria plaza mayor, y sus casas más antiguas (seculares muchas de ellas) nos hablan de la arquitectura tradicional castellana, con balcones corridos levantados sobre columnas o “piés” de madera. Generalmente estas construcciones son de dos alturas, presentan un gran “portalón” o entrada para carruajes –hoy para coches–, y casi siempre tienen un gran patio interior en torno al cual gira la verdadera vida de cada casa. Algunos de estos patios son visitables. La otra opción que tenemos para conocer la arquitectura tradicional, y además los usos y costumbres de Chinchón, es realizar una visita del Museo La Posada, situado a sólo 50 metros de la plaza, y que está ubicado en una casa tradicional.

Pero volvamos a la Plaza Mayor porque ésta es el verdadero icono de la población. Se trata de una auténtica y original plaza de curioso diseño, edificada desde el siglo XV aunque con continuas reformas hasta el XVIII. Pero afortunadamente Chinchón ha conservado su plaza tal y como era desde su origen más antiguo, y ello implica una característica que la convierte hoy en día casi en única: la Plaza Mayor de Chinchón no es cuadrada, sino circular. Recordemos que estas plazas eran habituales en toda España, pues en ellas se celebraban mercados, reuniones, corridas de toros, fiestas, etc., y por eso eran habituales, necesarias, y existieron con gran variedad de formas y tamaños. La circularidad de la de Chinchón la ha hecho famosísima en todo el país, y también por seguir celebrándose en ella corridas de toros, aún en la actualidad, aunque hay que aclarar que fueron muchas, muchísimas las plazas mayores que existieron en España y que no eran de sección cuadrada, hecho que sólo se generalizó masivamente más o menos desde el siglo XVII. Estamos pues, ante una de las más originales y de antiguo trazado, poco modificada, y que mantiene ese ambiente, esa forma, y ese espíritu, que la ha hecho famosa.

Antes de abandonar la plaza podremos tomar un refrigerio en alguno de los muchos bares y restaurantes que a ella se asoman en la actualidad, o incluso comprar algún recuerdo en una de las muchas tiendas de regalos y antigüedades que también están situadas aquí. Si echamos un vistazo alrededor veremos desde la propia plaza gran parte de la totalidad del pueblo: el Teatro Lope de Vega, la Torre del Reloj, o la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Merecerá la pena una visita callejeando por la parte alta del pueblo, no sólo para ver estos monumentos y conocer las estrechas calles, sino también para disfrutar de una magnífica vista aérea de la plaza.

La historia del pueblo de Chinchón está ligada a su pasado; y especialmente a su Marquesado, a la producción de anis, aceite y vino. No perdáis la oportunidad de visitar alguna de las varias “cuevas de vino” que se conservan en la ciudad, y que puede constituir el mejor recuerdo que os llevéis de Chinchón. Entre las más espectaculares están las cuevas del Mesón cuevas del vino, situado en la calle Benito Hortelano nº13, en la parte más alta de la población. El mesón propiamente bien merece una visita, pues está construido en una antigua fábrica y almacén de vino, y por esa razón su decoración original es increíblemente pintoresca. Parecerá que hemos entrado en otro sitio, en otro tiempo. Desde el propio mesón se puede acceder, pagando una mínima entrada, a sus cuevas originales, antiquísimas, y excavadas en la roca y tierra del subsuelo, y que todavía tienen en su interior las enormes tinajas destinadas a albergar y envejecer el licor.




I.Y.P.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Cuenca: como un nido de águilas.

El perfil de la ciudad de Cuenca es uno de los más singulares de España. Situada en una loma montañosa completamente aislada por los ríos Júcar y Huécar, forma un conjunto paisajístico espectacular en el que el ingente patrimonio arquitectónico se convierte tan sólo en una anécdota frente al impresionante y pintoresco valor geomorfológico del lugar.

El casco urbano histórico de Cuenca se extiende sin dejar un solo hueco vacío en el escaso espacio que los ríos le han dejado, y sus construcciones desafían y se asoman al precipicio como un verdadero, en palabras de Pío Baroja, “nido de águilas”. Por ello, todo el conjunto ha sido declarado por la Unesco en 1996 Conjunto Histórico y está especialmente protegido. Y los conquenses, muy conscientes de la importancia, mantienen y cuidan su ciudad con gran mimo.


La primera noticia histórica de la ciudad de Cuenca tan sólo resale al siglo IX de nuestra era. Aunque sabemos que en el mismo lugar se asentaron tropas del Imperio Romano, el primer dato concluyente es que en este lugar también existió una fortaleza militar musulmana que respondía al nombre de Conca, cuya función era vigilar y facilitar el tránsito de gentes y mercancías entre el centro de la península y el importante enclave islámico de Valencia. A los pies de este castillo, y estirándose por el singular perfil de la montaña, nacía un primer núcleo urbano. El curso de la historia cambió cuando el Rey cristiano Alfonso VIII de Castilla la conquistaba en el año 1177, la repoblaba y la cedía a diversas órdenes militares. A lo largo del siguiente siglo se produciría el crecimiento de la población; al menos tal y como la entendemos hoy; alcanzando un notable desarrollo económico y social que le valió recibir en 1257 el preciado título de “ciudad”.

Con una economía básicamente agrícola, ganadera y de manufactura textil, la ciudad estuvo en continuo crecimiento hasta el siglo XVII, momento en el que inicia un fuerte declive que se agravaría aún más a lo largo del siglo XVIII. Durante el siglo XIX Cuenca habría de sufrir diferentes periodos de infausto recuerdo, como fueron los ataques y saqueos por parte de las tropas napoleónicas primero, de las tropas carlistas después. Sólo tras la Guerra Civil española la ciudad se ha recuperado convirtiéndose hoy en un núcleo de servicios y administración por su capitalidad provincial, y permitiéndole alcanzar los poco más de 55.000 habitantes en la actualidad que miman y cuidan su población conscientes del potencial y la importancia del sector turístico.


Cuenca está situada sólo a unos 170 kilómetros de Madrid, más o menos a medio camino entre la capital del Estado y la ciudad de Valencia; y por lo tanto al sureste de Madrid, en la Comunidad Autónoma de Castilla la Mancha. Sus conexiones son fantásticas en la actualidad, tanto por carretera como por vía férrea, contando con autovía y línea de Alta Velocidad. Por lo tanto la distancia no será un problema, y tampoco la frecuencia de transporte público. Incluso el viajero podría hacer una visita en una única jornada, aunque desde aquí aconsejamos al menos dos días con el fin de poder pasear con tranquilidad por todos sus rincones, contemplar la belleza nocturna de la ciudad, descansar de las empinadas cuestas que son muchas, y sobre todo para tener el tiempo de visitar los múltiples “miradores” naturales con que cuenta la ciudad, o incluso pasear por las impresionantes hoces de los ríos Júcar y Huécar, que al fin y al cabo son los padres de la ciudad.

Para llegar a Cuenca en autobús disponemos de hasta nueve autobuses diarios, frecuencia que baja a siete los fines de semana y días festivos. El tiempo de trayecto oscila entre las dos horas, y las dos horas y media, en función del carácter “express” del autobús, o de “línea regular”. La compañía que presta el servicio es Avanzabus, y la estación de partida en Madrid es la Estación Sur – Méndez Álvaro.

Si por el contrario elegimos el tren, también la frecuencia del transporte es muy elevada, con hasta 10 trenes diarios. Eso sí, conviene tener clarísima la diferencia existente entre los distintos tipos: existen los “regionales”, que realizan el trayecto más o menos en tres horas, y los llamados Alvia y Ave, que nos dejarán en Cuenca en menos de una hora por el carácter de trenes de alta velocidad. Evidentemente la diferenciación también repercute notablemente en el precio. En todos los casos el tren parte en Madrid de la Estación de Atocha –Puerta de Atocha los de Alta Velocidad, Atocha Cercanías los regionales–, pero en Cuenca las estaciones de destino son dos diferentes para los distintos tipos de trenes. Aquella destinada a los regionales está en el corazón de la ciudad moderna, mientras que la más nueva, para los trenes de Alta Velocidad –Estación Fernando Zóbel–, se encuentra un poco más alejada, a las afueras, aunque comunicada con el centro a través del servicio de autobuses urbanos (Línea 12).


Sea como fuere, una vez en Cuenca nuestro punto de partida será siempre el mismo, en tanto que las estaciones de autobuses y tren están una frente a la otra, y el autobús que nos traería desde la estación de Alta Velocidad nos va a dejar igualmente en la estación de autobuses. Iniciaremos aquí nuestra visita, donde podremos tomar el pequeño autobús urbano, de color amarillo, que realiza la Línea 1 y que nos llevará al punto más alto de la ciudad, atravesando para ello todo el centro histórico. Nuestra propuesta es la de dirigirse en él hasta la última parada que realiza, de modo que iniciemos la visita en un comodísimo descenso, en lugar de ascenso, pues el viajero aprenderá que las cuestas en la ciudad histórica están presentes por doquier. Además en este punto, tendremos otras dos perfectas razones: una de las vistas más impresionantes de la ciudad es justamente desde el lugar donde nos bajaríamos del autobús. La otra es una pequeña oficina de turismo en la que podremos conseguir información y un pequeño plano de la ciudad, que en realidad no es absolutamente imprescindible por el tamaño y disposición del centro histórico, aunque sí aconsejable.


Tras disfrutar de la panorámica hacia la hoz del río Huécar, comenzaremos a descender hacia la entrada histórica de la ciudad. Nos dará la bienvenida el Castillo, o más bien lo que queda de él; poco más de un lienzo y una torre; y a través del Arco de Bezudo entraremos en el recinto histórico de la ciudad atravesando un pequeño puente de piedra de origen igualmente castrense. Ahora podremos ver por primera vez el otro margen de Cuenca, el que se asoma a la hoz del río Júcar, pues estaremos en el punto más estrecho –y elevado– de todo el entramado urbano, razón por la que aquí se erigía el castillo, origen último de la ciudad por ser un enclave perfectamente aislable y defendible. Estaremos por tanto en el Barrio del Castillo, donde nos recibirán los primeros edificios monumentales reutilizados hoy para usos modernos, caso del Archivo Histórico Provincial, o la sede de la Universidad Menéndez Pelayo. Aquí el viajero deberá tomar la primera decisión: descender plácidamente hasta la Plaza Mayor por la calle principal que se abre ante nosotros, o en cambio desviarse por alguna de las laterales, que de cualquier modo, se elija derecha, o se elija izquierda, acabarán convergiendo igualmente en la plaza principal de la ciudad. Recomendamos cualquiera y a la vez todos los recorridos posibles, y de hecho, como muchas veces animamos desde este blog, la mejor idea será caminar sin prestar especial atención al destino final, ya que todos los rincones de la ciudad encierran tesoros y esquinas con encanto. Así por ejemplo, por la calle principal podremos disfrutar de negocios de recuerdos turísticos, tiendas de alimentos y dulces típicos, de cerámicas tradicionales…, pero también de una ingente cantidad de palacios y palacetes que flanquean la más importante calle del centro histórico. En cambio, si se elige alguna de las callejas –porque en realidad ni a consideración de calle han de llegar por lo estrecho y sesgado de sus trazados–, disfrutaremos de un ambiente más tranquilo, íntimo, menos elegante y más auténtico si se me permite, aderezado además con pasadizos, escaleras y magníficas vistas a las hoces del Júcar o Huécar, en función del lado que hayamos escogido. En estos casos la arquitectura es mucho menos señorial que por la gran calle central del centro histórico, y mucho más popular. Podremos disfrutar de construcciones arracimadas, construidas las unas sobre las otras, peleándose por conseguir –casi siempre en altura– la mejor vista. Insisto en que bajemos por la calle que bajemos, de cualquiera de las maneras, el camino convergerá en la Plaza Mayor.

No es pretencioso que así se llame este lugar principal de Cuenca. Es la Plaza Mayor porque así fue concebida, porque en ella se dan cabida los principales poderes de la ciudad, con Ayuntamiento y Catedral al frente, pero en realidad cualquier parecido con una típica plaza mayor castellana es pura casualidad. Es irregular en su trazado, está inclinado su pavimento, y a los edificios que la integran les falta elegancia, que solventan con un sobresaliente a través de sencillez y colorido. Por ello es una plaza de especial belleza, como lo es también la misma Catedral de Cuenca, edificio singular del gótico hispano. Construida como tantas otras, en el mismo lugar en el que se erguía la mezquita del anterior asentamiento musulmán, sus obras marcaron en cierto modo la llegada del primer gótico a España, pues por las fechas (finales del siglo XII) lo más normal es que la construcción hubiese sido en estilo románico. Sin embargo se trata de un edificio que en líneas generales se debe incluir en el llamado “primer gótico”, es decir, perteneciente a esa corriente del siglo XII previa al gótico clásico del siglo XIII y que tiene sus mejores exponentes en catedrales francesas como Laon, Soissons y París, y que desde luego apenas tiene comparación en todo el territorio español. Puede por ello merecer la pena una visita a su interior –previo pago de entrada–, en el que disfrutar especialmente de su singular triforio y la zona absidial. Pero que no se deje engañar el visitante, porque su espectacular fachada tan sólo fue construida en el siglo XX (1910) en un fantástico “neogótico” para darle un aspecto elegante y acorde al magnífico interior, y que en realidad le hace justicia.

Desde la Plaza Mayor sugerimos ahora un desvío para ver otro de los puntos emblemáticos, quizás el más conocido, de la ciudad de Cuenca. Justo desde la portada de la Catedral hemos de dirigirnos en dirección Este, por la Calle del Obispo Valero. La calle nos dejará en una segunda plaza, mucho más discreta y estrecha, desde la que girando a la izquierda, y siempre manteniendo la dirección Este, encontraremos varios lugares interesantes. El más importante de Todos el Museo Arqueológico de Cuenca, edificio que precisamente hace esquina en nuestro recorrido. Ocupa el palacio conocido como “Casa del Curato” y nos muestra en tres secciones principales –Arqueología, Etnología y Bellas Artes– lo mejor de toda la provincia, con especial dedicación a los magníficos restos romanos hallados a lo largo del territorio conquense. En modesta opinión, es quizás el más interesante de los muchos museos que hay en la ciudad, y puede ser visita aconsejable. Pero siguiendo nuestro recorrido, siempre por la Calle Obispo Valero, la estrechez será cada vez más evidente, hasta que tras un brusco giro a la derecha, y un ligero descenso nos encontraremos ante los edificios más fotografiados de la ciudad: las Casas Colgadas. Las estaremos viendo desde el interior de la ciudad, y no es esta su mejor vista, que al contrario es pobre y decepcionante. Albergan la primera un conocido Mesón, y la segunda el reputado Museo de Arte Abstracto, dependiente de la fundación Juan March. Tomemos el pequeño pasadizo que hay junto a ellas, y que nos va a sacar del recinto amurallado de Cuenca. Girémonos ahora, y entonces podremos disfrutar del magnífico aspecto de estas casas, que efectivamente merecen su nombre, en tanto que literalmente desafían al vacío colgándose y uniéndose a la vez al perfil rocoso, completamente vertical, sobre el que han sido construidas. Nos cuenta la tradición que estas construcciones están entre las más antiguas de la ciudad, y que su origen se remonta al siglo XIV. Difícil de precisar, y difícil de demostrar lo contrario. Lo cierto es que su entramado de madera, y sus balcones demuestran con creces esta antigüedad, sin poder precisarla más, y llevándonos por tanto a imaginarlas como “rascacielos” de la Edad Media.

Será una fantástica idea alejarnos aún más. A escasos metros y siempre en descenso, nos encontraremos con el puente metálico de San Pablo –no apto para aquellos que sufran vértigo–, que salvando el profundo tajo del río Huécar nos llevará lo suficientemente lejos como para poder contemplar en todo su esplendor el desafío de las casas colgadas, pero también el hermoso conjunto que forma toda la ciudad conquense, en realidad colgada toda ella. Además, al otro lado del puente podremos también disfrutar de la hermosa vista o visita del hoy Parador Nacional de Turismo, que utiliza el edificio de lo que en otra época fue el convento de San Pablo, edificado en el siglo XVI. Como todos los paradores, es aconsejable su visita por la belleza, en este caso especialmente no sólo por su arquitectura, sino también por su ubicación en una roca aislada que brinda la guinda al paisaje circundante.

De regreso por el mismo camino hacia el centro histórico podemos plantearnos variar nuestra ruta. Justo en la desembocadura del puente de San Pablo, a escasos metros de las Casas Colgadas, podemos ir hacia el norte (derecha), haciendo por un sendero una ronda que nos devolverá a la parte más elevada de la ciudad, nuestro lugar de inicio. O podríamos ir hacia el sur (izquierda, pasando bajo el puente), y entonces descenderíamos bruscamente hasta el mismo río, por el que se puede caminar hasta un total de siete kilómetros rodeando por completo la ciudad en un bonito y tranquilo paseo entre arbolado, y en plena naturaleza. Y por último, por supuesto, podemos volver sobre nuestros pasos, pasar nuevamente junto a las casas colgadas, nuevamente bajo el pasadizo de madera, y reincorporarnos al interior del casco histórico, donde aún nos queda, aproximadamente, media ciudad por visitar.

Nos queda toda la parte sur de la ciudad por conocer. Se articula igualmente en torno a una calle principal –calle de Alfonso VIII–, y también a ambos lados de ésta se abren callejuelas, en este caso más dispersas porque el terreno se vuelve más ancho, aunque continúa encajonado entre los dos ríos. Elija el visitante un poco a su gusto, aunque el consejo sigue siendo el de pasear sin fijarse bien en las elecciones, pues todos los recodos merecen la pena. Encontrará como hitos destacables la pequeña Plaza de la Merced, en la que se abre majestuoso el Seminario de San Juan, y a pocos metros de éste la Torre de Mangana, uno de los símbolos en el perfil de la ciudad. Pero dejaremos aquí la descripción detallada del centro histórico de Cuenca para animar al visitante a decidir por su cuenta. Además de los ya citados Museo Arqueológico, y Museo de Arte Abstracto, también pueden ser visitables otros itinerarios culturales. Así cabe nombrar el Museo Diocesano que contiene numerosas obras y objetos religiosos entre los que cabe destacar un par de pinturas de El Greco. O el Museo de las Ciencias, o la Fundación Antonio Saura situada en la Casa Zavala y que muestra una completa muestra del pintor surrealista. O la Fundación Antonio Pérez, situada en las cercanías del Castillo, y que no sólo muestra la obra de este genial artista, sino que se ha reconvertido en la principal sala de exposiciones de arte contemporáneo de la ciudad.



No podemos irnos de Cuenca sin degustar antes su rica gastronomía. Estamos en la región de Castilla la Mancha, y evidentemente esto se refleja en el plato. Pocos son los pescados habituales en la cocina conquense por la carencia de costa, y aún así dos brillan con luz propia: la trucha, y el bacalao. La primera procedente de sus ríos y preparada generalmente frita. El segundo conservado en sal, y preparado brillantemente tanto en potajes con garbanzos y espinacas, como en el más tradicional ajoarriero. Más importancia tienen las carnes, y aquí destaca sobre todo el cordero, presente en infinitud de recetas y preparaciones: chuletillas a la parrilla, zarajos, y por supuesto asado al horno. Con luz propia brillan el morteruelo, una especie de puré o pasta a base de una gran cantidad de ingredientes, o por supuesto las ancestrales migas de pastor, extendidas por toda la geografía manchega. No debemos olvidarnos las gachas, y tampoco el más exquisito de sus dulces, que nos recuerda la tradición y origen islámico de la ciudad: el alajú, hecho a base de almendras, miel, naranja y limón, y pan rallado. Y para finalizar, podemos atrevernos con un suave licor anisado, típicamente conquense que es el resoli.

Sepa el visitante nocturno de Cuenca que en el Centro histórico abundan los bares y lugares de ambiente. Ha de descubrirlos repartidos por las callejas –sobre todo en el entorno de la Plaza Mayor–, y no en la calle central que parte en dos todo el centro histórico. No están pensados necesariamente para los turistas, sino que los propios conquenses los frecuentan con gusto. Eso sí, mucho más abajo, fuera del centro histórico, es evidente que allí también se encontrarán lugares de fiesta, en tanto que la mayoría de la población de la ciudad no tiene el privilegio de vivir en la parte antigua. El mismo discurso nos sirve para los alojamientos hosteleros: los más caros, famosos y mejores hoteles de Cuenca se encuentran en el centro histórico, pero en cambio en la ciudad moderna encontraremos muchos, y además, generalmente, mucho más económicos.


Cuenca está situada a los pies de una sierra montañosa que lleva el mismo nombre, y la altitud de la ciudad con respecto al mar es de casi 1000 metros de altitud. Sobra por tanto decir que su clima es riguroso, con inviernos bastante frescos y veranos bastante cálidos, siendo por tanto característica una gran oscilación térmica a lo largo del año. Son habituales las heladas durante el periodo invernal, con temperaturas no muy elevadas a lo largo de las jornadas, que aún así no serán un gran inconveniente, excepto en los meses centrales del invierno, momento en el que, por cierto, se concentran la mayoría de las lluvias. Por el contrario, y por contraste, los meses centrales del verano registran magníficos días soleados, con ausencia total de lluvias, pero eso sí, temperaturas que en condiciones normales superarán los 30º durante julio y agosto. Son por lo tanto las estaciones intermedias las más adecuadas para visitar la ciudad, y el consejo sería el de evitar el más crudo invierno y el más duro verano. Pero en realidad no hay restricción alguna si venimos preparados para el frío en invierno, y para el calor en verano: basta un vistazo a las previsiones meteorológicas para disfrutar de una magnífica visita al nido de águilas de Cuenca en cualquier época del año.



Video de promoción turística de Cuenca.





I.Y.P.

viernes, 21 de octubre de 2011

Senderismo: del Escorial a la Silla de Felipe II

Animábamos desde este mismo blog en Diciembre de 2010 a viajar al Real Sitio de San Lorenzo del Escorial. Allí se puede disfrutar del Real Palacio y Monasterio, descubrir el Panteón de Reyes, visitar los grandes jardines, y rematar la visita con un paseo por la propia población del Escorial, convertida desde hace mucho tiempo en uno de los principales polos de atracción turística de la Comunidad de Madrid.

También en aquella misma entrada al blog, justo al final, advertíamos de la posibilidad de visitar por los alrededores algunos de los muchos lugares de interés naturalístico y paisajístico, como son el Monte Abantos o el área de la Herrería en el que se encuentra la conocida como silla de Felipe II. Precisamente en la presente entrada vamos a detallar y explicar con mucha más precisión el acceso y origen de este último paraje, posiblemente cargado de historia, pero en el que destacamos principalmente su belleza natural, y lo definimos como un lugar ideal al que ir a hacer un poco de ejercicio, y de paso disfrutar de un día en la montaña antes de que el pintoresco otoño deje paso a la rudeza del invierno.

Proponemos aquí una ruta de unos 6 kilómetros a pié en la que el caminante disfrutará de una gran variedad de paisajes que se iniciarán en los jardines del Real Palacio y Monasterio de San Lorenzo del Escorial, continuarán por los bosques que rodean el conjunto, se adentrarán en los cada vez más densos parajes protegidos de la Herrería, y ascenderá a la llamada Silla de Felipe II. De regreso, tras el descenso por la Herrería podremos variar nuestro recorrido circundando el gigantesco Palacio del Escorial para volver al punto de encuentro. Una caminata en la que disfrutaremos del bosque arbóreo típico mediterráneo y específico de la sierra de Madrid, en el que robles, encinas, enebros, quejigos, jaras, y sobre todo pinos, crean un ecosistema en el que hay una gran variedad ornitológica con lugar destacado para el pájaro carpintero, abunda la fauna salvaje de cérvidos de pequeño tamaño, existen explotaciones agrícolas de vacunos, y donde destacan –aunque no serán fáciles de ver– las poblaciones de mariposas apollo e isabelina, ambas protegidas por ley en la Comunidad de Madrid.


El primer paso para nuestro paseo será, evidentemente, llegar a San Lorenzo del Escorial. Y para ello tenemos dos opciones de transporte público: los autobuses interurbanos, o la red de Cercanías de tren. Si elegimos el autobús, hemos de saber que el trayecto durará, aproximadamente y en función del tráfico, más o menos una hora. El punto de partida estará en el Intercambiador de Moncloa, donde podremos elegir entre la línea 661 o la línea 664 (Autocares Herránz en ambos casos). Las dos líneas de autobuses salen desde el puesto número 11 en la Isla 1 del intercambiador, y también en ambos casos finalizarán su recorrido en la Estación de Autobuses de El Escorial, así que siendo éste el final de la línea, no hay posibilidad de pérdida o de equivocarse de parada.

Si por el contrario elegimos el tren, desde cualquiera de las principales estaciones del centro de la ciudad integradas en la red de cercanías de Madrid (Atocha, Sol, Nuevos Ministerios o Chamartín), tan sólo hemos de coger un tren de la línea C3 en dirección a El Escorial, trayecto que cubren en un tiempo que oscila entre los cincuenta minutos y la hora y diez minutos dependiendo de la estación de origen en Madrid. La frecuencia de los trenes es de uno cada media hora, aunque los domingos y días festivos esta frecuencia se rebaja hasta solamente uno por hora.

Si llegamos a El Escorial en tren (1), tan sólo hemos de salir de la estación y caminar por la única calle que veremos –calle de Santa Rosa–, que presenta una ligera cuesta arriba, y que finaliza a tan sólo unos 250 metros, en un cruce con semáforo, lugar donde encontraremos una entrada a los Reales Jardines del palacio. Adentrémonos por ella, pues éste será el inicio de nuestra caminata: un jardín diáfano, poblado sobre todo por pinos, robles y abetos y en cuyo interior, además, se encuentra la llamada “Casita de abajo” o “Casita del príncipe” (2). Se trata de un pequeño edificio construido por Juan de Villanueva para vivienda del príncipe y futuro rey Carlos III en el siglo XVIII. Discreto al exterior, el interior es de una belleza espectacular. Las visitas se conciertan en el Real Monasterio que está unos cuantos metros más arriba. Sigamos pues, caminando por la alameda principal, siempre en línea recta, y siempre ascendiendo, hasta que encontremos la salida de estos jardines. Nuestro referente más fácil para orientarnos será la gran cúpula y torres del monasterio, que desde el centro del jardín comienzan ya a ser visibles.

De los jardines saldremos a una pequeña calle rodeada a derecha e izquierda de unas altas vallas de piedra que delimitan el propio jardín que acabamos de abandonar, y el recinto del palacio. Esta calle se llama Calleja Larga, y hemos de caminar por ella iniciando un ligero descenso, que nos quedará a la izquierda según hemos salido de los jardines (3). A esta misma calle hemos de llegar si en lugar de usar el tren hemos usado el autobús. El trayecto desde la estación de autobuses (4) hasta esta Calleja larga es igualmente muy sencillo: basta salir de la estación y caminar por la calle Juan de Toledo –girando a la derecha al salir de la estación– hasta que ésta finaliza en una glorieta circular, justo al lado del Palacio. Aquí hemos de cruzar al otro lado de la calle, y por la gran acera que comienza a descender encontraremos la Calleja larga por la que hemos de ir (3).

Nuestro recorrido continuará por la calleja larga. Es un descenso suave, dejando a la derecha el gran Palacio, y que nos hará llegar por esta calle asfaltada hasta un lugar en el que el camino nos obliga a elegir entre derecha o izquierda. Elijamos la derecha (5), donde veremos cómo no está permitido el tráfico para vehículos a motor con una barrera. Pasemos nosotros bordeando esta barrera, y continuemos notando el cambio del asfalto por una pista de tierra compactada. El recorrido aquí comenzará a dejar cualquier carácter urbano, y nuestra pista irá dando paso a paisajes casi de dehesa, viéndonos rodeados de árboles bajos y algunas concentraciones de chopos y olmos en los márgenes de pequeños arroyos, uno de los cuales nos ofrece una fuente indicada con un cartel (la fuente está seca en la actualidad). Continuando con nuestro recorrido hemos de seguir siempre por la pista que traemos hasta que ésta finalice en un pequeño cruce (6): en este lugar veremos por primera vez un viejo cartel de madera que nos indica silla de Felipe II en una dirección y senda ecológica en la otra. Tomemos hacia la silla, es decir giremos a la izquierda, y notemos cómo a escasos metros hemos de cruzar una carretera nacional. Extrememos las precauciones, y usando el paso de peatones que está habilitado, vayamos hacia el otro lado entrando de lleno en el paraje protegido de “La Herrería”.

En esta zona podremos disfrutar de un área de descanso con bancos y mesas preparadas para meriendas o comidas campestres a ambos lados de la carretera. Puede ser un lugar para reposar, o incluso para comer. Cuando decidamos continuar tan sólo debemos seguir los carteles que indican al tráfico rodado la dirección de la Silla de Felipe II. Serán unos 250 metros que hemos de realizar por la carretera, hasta alcanzar una pequeña iglesia santuario que quedará a nuestra derecha. Continuemos sin abandonar la carretera, e inmediatamente después –unos 50 metros– hemos de estar muy atentos para ver las indicaciones de un sendero (7) que naciendo en esta ocasión a nuestra izquierda nos llevará directamente a la cima. El sendero está homologado como un GR (ruta de gran recorrido europeo) y por esta razón presenta las típicas marcas horizontales rojas y blancas. Hemos de fijarnos bien para verlo, pues las señalizaciones han sido pintadas en los propios árboles que están a nuestra izquierda.É sta será la constante en el siguiente tramo de nuestra ruta: abandonamos la carretera para adentrarnos por pleno bosque en un sendero muy pisado que será fácil de seguir, aunque un poco más duro porque el ascenso comienza a hacerse evidente. Estamos circulando por el GR10, que comunica el mar Mediterráneo desde Valencia, con el Océano Atlántico cerca de Lisboa, y que en el tramo de la Comunidad de Madrid atraviesa todo el macizo de la Sierra. Aprovechémoslo pues, teniendo claros los símbolos que nos indican por donde hemos de continuar (ver fotografía), y sabiendo que éstos suelen estar pintados en las cortezas de los árboles, o en grandes rocas que flanquean el recorrido. Es uno de los tramos de mayor riqueza arbórea de toda nuestra ruta.


Tras un tramo corto, pero de duro ascenso, habremos llegado definitivamente a nuestro destino. En un pequeño alto está situada la Silla de Felipe II (8), lugar que se ha transformado mínimamente para evitar el acceso de coches u otros vehículos, se ha adaptado para comidas y meriendas campestres con sencillas mesas en los claros del bosque que lo rodea, se han construido unos aseos públicos, y donde además existe un pequeño “bar” en el que podremos tomar una bebida fresca, o incluso comprar algún bocadillo o sencilla tapa. De acuerdo con un cartel que allí mismo exhiben, este pequeño negocio tan sólo abre los viernes, sábados y domingos del año, y también los días festivos. En esta área podremos disfrutar del frondoso bosque de la sierra madrileña, con una vegetación bastante cerrada y todavía bastante variada, aunque el pino es el árbol predominante. Pero lo más hermoso del lugar no es solamente el propio bosque, sino las vistas panorámicas que desde aquí tendremos. Y para ello, hemos de subirnos a la parte más alta del conjunto que está conformada por gigantescas piedras irregulares de granito en las que se han tallado y construido unos cómodos escalones, y en cuya cima podremos ver de un solo golpe parte de la Sierra Madrileña, con el monte Avantos en primer término, y gran parte de toda la Comunidad de Madrid con el imponente Monasterio del Escorial como gran referente. Viendo esta bonita panorámica, estaremos pisando la silla de Felipe II.

Lo que hoy llamamos silla de Felipe II es lo que los historiadores definen como “falso histórico”. Es decir, un error, una mala interpretación, una mala identificación, que a base de ser tan repetida y conocida durante años y años, acaba por convertirse en aquello que no fue nunca, pero que el subconsciente colectivo acepta como verdadero. Nos cuenta la tradición que exactamente a este lugar venía el Emperador Felipe II para sentarse y desde aquí contemplar no las vistas del valle, sino ver cómo iban avanzando las obras de su más ambiciosa construcción: el Monasterio del Escorial. Hoy sabemos con certeza que estas pequeñas “excursiones” del rey para caminar por la naturaleza y observar las obras fueron ciertas, pero hace mucho tiempo que se empezó a dudar de que éste fuese el lugar exacto desde el que sus cronistas nos dicen que se sentaba a ver el avance de la construcción. La primera razón la más lógica: tan lejos estamos, que apenas se podrían ver los pequeños avances o detalles, pues la vista no alcanza para tanto, y además hay lugares más cercanos al monasterio y más elevados que permitirían mucho mejor su contemplación y “vigilancia” del progreso de las obras.

La segunda, y mucho más concluyente, son recientes estudios científicos; entre otros el de la profesora Alicia M. Canto de la Universidad Autónoma de Madrid; que nos afirman cómo éste lugar parece haber sido producido por culturas mucho anteriores, prerromanas, como lugar de culto, o tal vez incluso como lugar de sacrificios. Esto explicaría la forma que hoy tienen las piedras, con verdaderas sillas o tronos tallados en su parte más alta, pero también con un segundo lugar en el que parece se podrían situar ciertos rituales de ofrendas y sacrificios. Además, el parecido con otros santuarios de la cultura prerromana hispana, –Castro de Ulaca en Solosancho (Ávila)– que sí han sido identificados sin lugar a ninguna duda, es más que evidente, y también la cercanía geográfica.

Y sin embargo aún hoy mantiene este nombre de silla de Felipe II, que ahora ya sabemos que no le corresponde. La razón son las muchas noticias, y las muchas veces que de ella se ha hablado, hasta el punto de ligar esta gran roca con la historia personal del rey. La tradición popular, las gentes que así lo llamaban durante siglos, fueron la primera importante razón. Pero la segunda y más significativa fue que en el año 1925 el Estado Español emitió un billete de 100 pesetas (moneda española anterior al Euro), en cuyo reverso venía un cuadro del pintor madrileño Luís Álvarez Catalá, en el que se podía ver claramente al Rey Felipe II sentándose en su silla para divisar el Palacio del Escorial, que no en vano estaba situado en el anverso del mismo billete. Fuese santuario, mirador, o lugar de ofrendas de la cultura vetona, lo que es indudable es que el paraje constituye un fantástico lugar al que subir a pié haciendo una escapada desde Madrid, y aquí disfrutar de una jornada campestre.

El regreso hacia la población de El Escorial ha de realizarse por la misma senda GR que hemos tenido al subir. Si nos ha resultado incómoda, o simplemente queremos variar el recorrido, hemos de saber que a escasos metros de la silla veremos una carretera asfaltada. Si la tomamos en descenso llegaremos a la pequeña ermita que habíamos visto al subir; lugar en el que también desemboca el GR si decidimos bajar por él. Después, a escasos metros, y aún en suave descenso, nos encontraremos con la carretera nacional que ya habíamos cruzado en nuestra ida, y que ahora volveremos a cruzar. Continuamos en línea recta y llegaremos al lugar en el que sugerimos variar ahora nuestro recorrido. Justo en el cruce donde habíamos llegado en nuestra ida (6), continuemos en línea recta siguiendo las indicaciones de “senda ecológica”. Ésta nos irá acercando a la población de San Lorenzo del Escorial. Tan sólo encontraremos un cruce, que hemos de solucionar tomando el camino de la derecha (9), que en suave ascenso nos acabará llevando a entrar en el recinto del palacio. Tras entrar por una vieja puerta de acceso, giraremos obligatoriamente a la derecha, y nos estaremos acercando al flanco lateral sur del Palacio, lugar por el que se extienden jardines y un gran estanque. Puede ser interesante saber que si bien el acceso al palacio es pagando, el acceso a los jardines, que bien pueden merecer una visita, es libre y gratuito. El acceso se hace bajo unos arcos por los que también pasa el tráfico rodado de vehículos, a escasos metros del gran estanque (10). Esta entrada a los jardines es la única, de manera que si el viajero decide entrar, ha de saber que deberá obligatoriamente regresar a ella para continuar el viaje, aún cuando por el interior de los jardines haya llegado hasta el otro extremo de palacio. Desde aquí iniciaremos el final de nuestra caminata. Bordeando por el exterior todo el recinto del palacio llegaremos nuevamente al cruce con la calleja larga, de modo que podremos regresar bien a la estación de autobuses, bien a la estación de tren.

Para la realización de esta pequeña y suave ruta aconsejamos llevar calzado adecuado para las circunstancias, en tanto que caminaremos en plena naturaleza, y continuamente estaremos alternando caminos asfaltados con sendas de piedra, y aún lugares con arena y piedras sueltas: calzado cerrado, específico para hacer deporte al aire libre. Será igualmente conveniente pensar en llevar agua –y algo de comida– en tanto que las fuentes que veremos por el camino no nos garantizan la sanidad, y además la mayoría están secas. Importante saber también que El Escorial, y más aún la silla de Felipe II están situados a los pies de la sierra, a cierta altitud, por lo cual el clima es bastante riguroso durante el invierno, no siendo incluso ajenas o extrañas las nevadas esporádicas. Por esa razón, antes de ir, lo mejor será echar un vistazo a la previsión meteorológica tanto para evitar sorpresas desagradables, como para proveernos de la ropa más adecuada.


Mapa en detalle de la ruta




miércoles, 5 de octubre de 2011

Gerona: un tesoro escondido.

La discreción es la forma más elegante de la belleza, y la ciudad de Girona lo sabe. Escondida entre polos turísticos de primer orden –como el Pirineo, la ciudad de Barcelona, y las playas de la Costa Brava mediterránea–, su ubicación le ha permitido pasar discretamente inadvertida, manteniendo así un carácter propio y diferenciado. Si te apetece adentrarte en una cultura marcadamente catalana, y disfrutar de un centro histórico privilegiado, o conocer una de las juderías medievales mejor conservadas de toda Europa… Girona es tu destino.

Gerona nació de manos del pueblo Íbero, y sin embargo apenas si tenemos noticias o restos arqueológicos de aquel momento. El año 77 a.C. será la fecha en la que la ciudad entra en los libros de historia con la construcción por parte del Imperio Romano de un pequeño asentamiento cuyo principal cometido era vigilar la Via Heráclea (futura Via Augusta) que comunicaba el norte de la península con los territorios más meridionales, descendiendo siempre paralela al mar Mediterráneo. Fue así como los colonos romanos y los pobladores autóctonos comenzaron a relacionarse, y fue así como “Gerunda” se convirtió en el polo urbano más destacado de su territorio, que habría de jugar un papel decisivo en la organización territorial y defensa militar durante varios siglos.

Tras la caída de las instituciones romanas Gerona mantendrá su importancia con la llegada de la cultura visigoda. A pesar de que gran parte de las ciudades romanas del territorio sufren despoblación o incluso desaparecen, Gerunda mantendrá una dinámica existencia gracias a la creación por parte del Reino Hispano Visigodo de una ceca en la ciudad, y por la importancia religiosa que la ciudad adquiere, especialmente por la presencia del martyrium de San Félix, que le permitió incluso albergar algún concilio religioso.

La conquista musulmana de la Península Ibérica no parece haber afectado especialmente a la ciudad, que debió ser ocupada sin que ofreciera gran resistencia, por lo que no hay evidencias de destrucción alguna. Todo cambió en el año 785, cuando las élites civiles entregaron Gerona a Carlomagno, hecho que sí afectó profundamente a la ciudad. Una gran franja del territorio que se extendía al sur de los Pirineos entró en la misma órbita política francesa, y fue reorganizado como tierra fronteriza, lo que más tarde desembocaría en la creación de la Marca Hispánica. Durante 16 años, Gerona fue la plaza fuerte de la vanguardia carolingia que luchó contra el Islam, hasta que la conquista de Barcelona le hizo perder este carácter fronterizo y militar. Gran parte del centro histórico de la ciudad, y más especialmente sus actuales murallas, corresponden a este momento histórico, en el que el antiguo recinto romano fue reestructurado y ampliado, consiguiendo resistir los sucesivos asaltos. La llegada de la Baja Edad Media supuso para Gerona su consolidación definitiva como población y fue también la época de máximo esplendor de su comunidad judía. La escuela cabalística de Gerona habría de tener gran importancia, y en ella destacó el rabino Nahmánides (o Bonastruc ça Porta), que llegó a ser Gran Rabino de Cataluña. Sin embargo, la decadencia de Gerona se comenzará a hacer evidente tras la unificación española de los Reyes Católicos. A pesar de que la ciudad había conseguido poco tiempo antes el título de principado de manos de Fernando I de Aragón, la unión con Castilla, y la expulsión de los judíos mermó notablemente la importancia económica, social y política de la ciudad, que tan sólo haría pequeñas ampliaciones urbanísticas en este periodo. Esta situación, y una buena dosis de fortuna durante la invasión napoleónica y los bombardeos de la Guerra Civil Española, explican fácilmente el magnífico estado de conservación de su centro histórico, con especial interés en su barrio judío, uno de los mejor conservados de Europa.


Gerona es hoy una ciudad que bordea los 100.000 habitantes y ostenta la capitalidad de la provincia catalana a la que también da nombre. Situada a algo más de 700 kilómetros al este de Madrid, dista tan sólo unos 100 kms de Barcelona (al sur), unos 70 kms. de Francia (al norte) y unos 45 kms. del Mar Mediterráneo (al este). Por lo tanto, el principal problema para llegar a ella desde la capital española es la gran distancia, aunque este hecho se ha visto mejorado recientemente. Por esta razón, una visita a Gerona desde Madrid la planteamos como un viaje en el que emplearemos, al menos tres días, pasando al menos una noche en la ciudad.

La compañía de autobuses Alsa ha abierto una nueva ruta que comunica directamente Madrid con Gerona, con lo que el viajero ya puede evitar la combinación de distintos autobuses con cambio en Zaragoza o Barcelona, con la pérdida de tiempo e incomodidad que ello conlleva. Eso sí, conviene saber que la frecuencia es de un único autobús al día, con partida del Intercambiador de la Avenida de América a las 22.30 horas, y llegada a Gerona a las 8.05 horas. La gran ventaja de este transporte radica en su económico precio, en el hecho de viajar durante la noche –lo que nos puede hacer ahorrar una habitación de hotel–, y la privilegiada situación de la estación gerundense en pleno centro de la ciudad. Pero conviene también saber, que para el trayecto inverso (Gerona-Madrid), la frecuencia también es de un único autobús diario, que en este caso parte a las 8.45 horas, y llega a Madrid a las 18.20 horas.

Prácticamente el mismo caso tenemos si viajamos en tren. La conexión directa entre Madrid y Gerona con Renfe presenta tan sólo una única conexión directa, que parte a las 22.50 horas de la Estación de Chamartín, y llega a Gerona a las 9.20 horas. El precio es un poco superior al autobús, como también lo es la duración del viaje. El viajero ha de ser quien valore la diferencia entre el precio, el tiempo de viaje, pero también el diferente confort que ofrecen los distintos transportes. La estación de ferrocarril de Gerona está igualmente muy bien situada en el centro de la ciudad –justo frente a la de autobuses–, y el trayecto inverso parte de Gerona a las 20.42 horas para llegar a Madrid a las 7.21 horas, lo que sí puede suponer una ventaja frente al transporte por carretera.

Evidentemente, tanto en autobús como en tren se puede optar por combinar billetes, viajando entre Madrid y Barcelona, trayecto cuyas frecuencias diarias es muy elevado, y posteriormente cambiar entre Barcelona y Gerona. Si elegimos esta opción podemos ganar tiempo sólo si viajamos en trenes de Alta Velocidad o autobuses “non stop” entre Madrid y Barcelona, pero nunca ahorraremos dinero.

La tercera opción de transporte es el avión, que aunque posible, es la menos aconsejable. El aeropuerto internacional de Gerona ha sido uno de los de mayor crecimiento en todo el país en los últimos años, muy concretamente gracias a la elección de este aeródromo como “base” por parte de la compañía irlandesa Ryanair. Por esta razón se puede volar desde Gerona a casi la totalidad de los países europeos (50 destinos diferentes), pero en cambio no hay ninguna conexión directa con Madrid. Tal vez por ello, la mejor idea no sería volar a Girona, sino a Barcelona. Utilizar el puente aéreo (Madrid-Barcelona) nos supondría un vuelo de aproximadamente una hora, y posteriormente un tren o autobús entre Barcelona y Gerona, que tienen un promedio de hora y media. Ésta opción nos permitiría hacer todo el viaje –dependiendo de los traslados entre el aeropuerto de Barcelona y el centro de la ciudad, y los horarios de conexión–, aproximadamente en unas cinco horas en total.


Llegados a Gerona, sus estaciones de autobús o tren nos dejarán a las puertas del centro histórico de la ciudad: tan sólo en diez minutos a pié, estaremos en la Plaça de Cataluña, lugar desde el que veremos por primera vez uno de los símbolos de la ciudad: la colina en la que se originó el poblamiento, y el río Onyar que la bordea. Podrá el viajero acercarse entonces a la Oficina de Turismo –Rambla Llibertat, 1– donde conseguir uno de los elementos que tal vez más utilice durante su estancia en la ciudad: un mapa de las retorcidas callejuelas, escalinatas y callejones que conforman la ciudad. Podrá, además, disfrutar de una de las vistas más pintorescas: el compuesto por el viejo puente de piedra, el propio río, y las vetustas casas coloreadas que literalmente cuelgan sobre la ribera del Onyar.

Tratar de explicar una ruta con precisión o con prioridades por el interior de la vieja Gerona es un ejercicio dificilísimo y estéril. El viajero lo comprenderá cuando vea la red urbana de la ciudad, tan indescriptible con palabras como rica en bucólicos y pintorescos espacios. Es precisamente ahora cuando hemos de usar nuestro mapa o callejero para tratar de ubicarnos en el laberinto urbano, y para tratar de encontrar las plazas, iglesias, museos, bares y terrazas, escalinatas, monumentos… y todo tipo de lugares con encanto que Gerona nos ofrece generosamente. Aún así, alguna referencia podemos tomar.

La más fácil de todas es fijarse en la parte más elevada de la ciudad, y por tanto la más antigua, donde se conservan dos de los hitos gerundenses: su catedral y su muralla. La Catedral de Santa María de Girona es una monumental construcción de esas que son difíciles de catalogar. Su construcción se ha extendido tanto en el tiempo, que ha acabado por formar un conglomerado de estilos y formas arquitectónicas. Iniciada durante el románico, hoy sólo conserva de aquellos siglos XII-XIII el bonito claustro de planta irregular y una esbelta torre campanario. La iglesia propiamente dicha responde a un excepcional planteamiento del gótico catalán, y por lo tanto hablamos de una nave única con girola, sobria decoración y gran luminosidad y elevación, gracias al buen número de vidrieras y a su elevado triforio calado. Además, el espacio de la iglesia pasa por ser la iglesia medieval conservada más ancha de Europa (22.5 metros), tan sólo superada por la mismísima Basílica de San Pedro en el Vaticano; y realmente impresiona. Las obras se extendieron durante los siglos XIV y XV, y aún volvió a ser intervenida durante los siglos del barroco, ayudando a definir su actual aspecto en la fachada. Esta continuada intervención en el tiempo no le quita méritos desde un punto de vista estético, y la Catedral de Gerona bien merece una visita tanto por su belleza, como por su excepcional museo. El museo ocupa la sala capitular y la sacristía y en él se conservan piezas únicas a nivel mundial como el extraordinario tapiz de la creación, una hermosa arqueta árabe de plata datada en el siglo X, o el excepcional Beato de Gerona: libro manuscrito del año 975 que siguiendo la tradición de este tipo de escritos comenta el Apocalipsis de San Juan, adornándolo además con riquísimas ilustraciones –miniaturas–.

Rodeando a la catedral y a un buen número de casas se extiende la Muralla de Gerona. No es de extrañar que sea uno de los monumentos más famosos y más visitados de la ciudad, pues a diferencia de cuanto pasa en tantísimos y tantísimos lugares a lo largo de la geografía española; no hablamos de un fragmento de muralla, o de un lienzo, o de un torreón, sino que hablamos de una verdadera muralla perfectamente conservada en su práctica totalidad. Ella nos recuerda el origen y la función militar que durante tanto tiempo desempeñó la ciudad. La reciente restauración y rehabilitación nos permitirá pasear por su paseo de ronda, pisando por tanto secciones de la época carolingia (siglo IX) y secciones altomedievales (siglos XIV y XV). Aún con ello, lo más emocionante no es pisar literalmente siglos de historia, sino poder contemplar la práctica totalidad del centro histórico gerundense desde sus torres, convertidas hoy en los mejores miradores de la ciudad. Al tramo más largo conservado se puede acceder desde el jardí d'Infància, cerca de la plaça de Catalunya o desde la parte alta del casco antiguo, en los jardines de la Francesa. Al tramo de Sant Pere –un mirador fantástico del conjunto de la Catedral y el Passeig Arqueològic– se accede desde los jardines John Lennon.

El gran barrio viejo gerundense, en catalán barri vell, marca el carácter y define el estilo de la ciudad. Evidentemente, cuanto más cercano a la catedral, y por tanto más elevado sobre la colina, más antiguo. Y sin embargo el conjunto del barrio viejo es grande y se extiende desde lo más alto hasta el otro lado del río Onyar. En las inmediaciones de la Catedral, por curioso o paradójico que pueda parecer, se extiende la antigua judería. En esta ocasión, como asegura el tópico, la primera impresión es la que vale. Y la impresión es que nada ha cambiado desde el siglo XIV, a excepción del mobiliario urbano. El barrio está compuesto por una verdadera encrucijada de callejones de pesado aspecto medieval. Este laberinto es hoy uno de los principales foros y lugar de estudios hebraicos en España, que tiene su gran referente en el Centre Bonastruc Ça Porta, que se ha situado en lo que se cree que fue la vieja sinagoga principal de la ciudad. Desde este lugar se trata de historiar la vida de la comunidad sefardí, y a la vez se trata de rehabilitar con esmero el barrio. Las calles Força, Sant Llorenç o Cúndaro son una buena muestra de esta antigüedad y este riquísimo pasado a través de un sinfín de antiquísimas construcciones, callejones sin salida, y hermosos patios.

Desde este punto podemos comenzar a bajar en busca del río Onyar. Aunque estamos realmente muy cerca de él, queramos o no, nos veremos obligados a buscarlo dando un rodeo -bien en dirección norte, bien en dirección sur-, ya que el entramado urbano así nos lo ordena. Si lo hacemos en dirección sur, veremos cómo la ciudad vieja se divide ahora claramente gracias a dos imponentes escalinatas, sin perder por ello este aspecto de ciudad medieval encorsetada, pero ofreciéndonos por contraste los primeros espacios abiertos. La primera escalinata que nos hará descender desde la cima de la Catedral es de grandes dimensiones y está compuesta por un total de 90 peldaños. Pero la primera parada de nuestro descenso la podremos hacer en la Pujada de Sant Domènec; calle de fuerte desnivel salvado con el segundo tramo de escaleras, desde el que podremos ir viendo pasar la historia de la ciudad, pues en pocos metros nos encontraremos con el palacio renacentista de Caramany (s.XVI), el Palau dels Agullana de estilo gótico renacentista, y la Iglesia de Sant Martí Sacosta de estilo barroco. Además todo en un hermoso descenso por el que las escaleras continúan y se dividen justo bajo un pasadizo que nos genera una casa solariega. Tal vez no esté demás decir ahora, que precisamente en uno de los restaurantes de esta calle, el Le Bistrot, se han grabado imágenes para varias películas, precisamente por su espectacular terraza y la increíble vista que desde ella se tiene. La más reciente e impactante de todas, "El perfume. Historia de un Asesino", basada en la popular novela de Patrick Süskind.


Ya a pocos metros de aquí habremos llegado al llano, a la rivera, y podremos entonces volver a disfrutar de las casas coloreadas que no se cansan de reflejarse en el río Onyar. Pero la realidad es que el centro histórico gerundense –que no es lo mismo que barrio viejo– se extiende también al otro lado, y quizás el modo más natural de cruzar el cauce será a través del llamado puente de las Peixeteries Velles –pescaderías viejas–, estructura metálica proyectada por el mismísimo Gustave Eiffel. Y entonces la ciudad cambia radicalmente de ambiente y aspecto. Entramos en la Gerona del siglo XIX, en la Girona del Modernisme catalán. En realidad es una dulce transición, fruto de una expansión lenta y planificada. Pero en esta orilla podremos disfrutar como si estuviésemos en otra ciudad. Podremos aquí aprovechar, tal vez, para ver una de las principales edificaciones del arquitecto gerundense Rafael Masó, la Farinera Teixidor, en el número 42 de la calle Santa Eugenia, situado exactamente detrás de las estaciones de tren y autobuses, con lo que estaríamos en nuestro punto de partida.

Y sin embargo nos falta mucha Gerona por explorar. Si desde la catedral, en lugar de descender siguiendo hacia el sur, lo hubiésemos hecho hacia el norte, habríamos descubierto otros cuantos tesoros que duermen entre las callejuelas medievales. Varios de ellos brillan con especial énfasis. En primer lugar, y por cercanía a la Catedral, la Iglesia de Sant Feliu o San Félix. Se trata del templo cristiano que conmemora el martirio de este santo, que tanta importancia y prestigio dio a la ciudad durante la alta edad media. Lo hoy conservado no tiene mucho que ver con aquellos tiempos, y menos aún con el edificio –o lugar– original; y aún así una breve visita puede merecer la pena. La iglesia conserva buena parte de construcción románica, completada más tarde con las naves y las coberturas góticas y la fachada barroca. Tal vez lo más interesante artísticamente sean los ocho extraordinarios sepulcros romanos y paleocristianos que conserva en su interior.

Este templo está a los pies del Onyar, y podemos por tanto tener la tentación de cruzar al otro lado, donde se extiende el gigantesco Parc de la Devesa. Pero en dirección este queda aún más ciudad por explorar. A escasos metros de San Felix se encuentran dos joyas románicas de la ciudad de Girona, enfrentadas la una a la otra: Sant Nicolau o San Nicolás, y San Pere o San Pedro de Galligants; las dos en la Plaza de Santa Lucía. En ambos casos construcciones del siglo XII que los historiadores del arte enmarcan en el románico lombardo catalán o primer románico. Es decir, un románico todavía muy primitivo, sencillo, austero, y sobre todo con una serie de características propias, como el detallado trabajo de sus pequeños sillares, el magnífico juego de las volumetrías de los edificios, una marcada influencia carolingia, o la excepcional calidad de algunos detalles escultóricos; que en el caso concreto que nos atañe es especialmente evidente en los capiteles de la iglesia y el claustro de San Peret. Y nos queda todavía una tercera joya románica por visitar en Gerona, y que quizás sea una de las más aconsejables por su singularidad: los Baños Árabes.

Hablar de románico y mezclarlo con la cultura islámica, es una contradicción, pues el románico fue el primer estilo universal de la arquitectura cristiana occidental, pero no se llegó a extender esta arquitectura en Al-Andalus. Y sin embargo en Gerona podremos disfrutar de unos hermosísimos baños románicos, cuya influencia podría estar en el ámbito musulmán hispano. Evidentemente hay trampa. No en la construcción, que es original, sino en el nombre, que fue una imposición popular de los propios habitantes de la ciudad a lo largo de la Edad Moderna. La historia es pintoresca, y merece una explicación. El edificio parece haberse construido hacia 1194, imitando la disposición habitual de los entonces tan populares baños árabes –aunque nadie debería obviar por completo que los baños árabes sólo copian modelos de pequeñas termas romanas, y Gerona tiene mucho más de romana que de árabe–. De cualquier modo, tras mucho tiempo en uso, hacia el siglo XV y por diferentes razones, el edificio dejó de estar en uso, cerrándose primero, y cediéndose después a un Convento de Capuchinas que lo utilizaron como almacén. Gracias a ello se ha conservado hasta nuestros días, y tras una reciente rehabilitación y restauración, se ha reabierto, ahora para uso turístico, manteniendo este curioso nombre de “baños árabes” que ya se le daba desde hacía siglos. Animo al viajero a visitarlo, pues es como recorrer unas antiguas termas, pero construidas con el léxico románico, lo que le hace perder monumentalidad, pero aprovechar genial los pequeños espacios. Quien lo visite encontrará durante el recorrido las cuatro salas habituales de estas construcciones: vestuario o apodyterium, sala fría o frigidarium, sala templada o tepidarium, sala caliente o caldarium, y además, podrá también ver el lugar donde estaban situados los hornos que caldeaban todo el ambiente. Los baños están en la calle del Rei Ferran el Catòlic, muy cerca de catedral.


Hasta aquí hemos citado algunos de los espacios, monumentos y lugares más significativos de la ciudad, más con el ánimo de dar una idea aproximada del aspecto de la ciudad, que de imponer un itinerario a seguir, que como ya dijimos al principio, no nos parece ni muy factible, ni muy adecuado. Ha de ser cada uno el que elija de acuerdo con sus prioridades y gustos. Así por ejemplo, será bueno saber que Gerona ofrece interesantes museos. Aquí sólo hemos hablado de uno, el de la Catedral, pero tanto o más interesantes son el Museo de Historia de los Judíos, que nos muestra a través de su exposición permanente la historia de los judíos gerundenses, pero también trata de ilustrarnos la vida de toda la comunidad sefardita a través de sus fiestas y tradiciones, sentido de la vida, rituales religiosos… etc. El museo conserva una de las mejores colecciones de epígrafes hebreos, la mayoría de ellos procedentes del viejo cementerio de la ciudad.

Quizás el museo más original de la ciudad, sea el Museo del Cine, de visita aconsejada. Situado en la calle Sèquia, contiene la magnífica colección que reunió Tomàs Mallol, y que el ayuntamiento gerundense adquirió en 1994. En él se puede hacer un recorrido de 500 años de historia de las imágenes, viendo cuales fueron los antecedentes y orígenes del cine, su técnica, y conocer los inicios del séptimo arte hasta la llegada de la televisión. Es una de las colecciones de aparatos cinematográficos y precinematográficos más reconocidas en el ámbito internacional.

Otras opciones culturales durante la visita a Gerona pueden ser el Museo de la Historia de la ciudad. Situado entre las calles Força y Ballesteries, es un grandísimo edificio en el que se muestra detalladamente toda la evolución de la ciudad, desde su más remoto origen, hasta la actualidad, a través de distintas salas de exposición y actividades. En cierto modo relacionado con este museo, existe también el Museo de Arqueología, que recientemente ha sido integrado dentro de la red de museos de arqueología de Catalunya. La sede de Girona explica la actividad humana desde la aparición del hombre hasta la época tardorromana, a través de materiales arqueológicos hallados en las excavaciones de yacimientos de las comarcas de Girona. Está situado en el antiguo monasterio de San Peret de Galligants.


Gerona y toda su comarca tienen un fortísimo carácter propio. Es más que evidente en sus fiestas, costumbres, tradiciones, en el uso masivo del catalán… y una de las mejores expresiones es su gastronomía. La peculiaridad de la provincia de Gerona, que aglutina el Pirineo, la costa mediterránea, pero también fuertes contrastes del interior, han dotado a su cocina de una gran variedad y riqueza. Si tenéis ocasión, probad la escudella, que es un cocido tradicional catalán compuesto básicamente por carnes, especias, garbanzos, patatas y col. Tampoco debéis iros de Gerona sin probar la butifarra. Se trata de un embutido fresco, muy extendido por toda Cataluña y del que se pueden encontrar variantes no sólo en esta región, sino también por las Islas Baleares y la Comunidad Valenciana. Sus principales ingredientes son la carne de cerdo, pimienta, sal, y otras especias que variarán según el tipo de butifarra. Y para los más golosos el producto estrella será el Xuxo, un pastel de masa frita, que por su forma podrá recordarnos ligeramente el aspecto de un croissant. Lo diferenciaremos fácilmente, ya que suele estar azucarado, y habitualmente relleno de crema. Es, sin lugar a dudas, el dulce estrella de la ciudad de Gerona.


Primavera y otoño son los dos periodos más indicados para visitar Gerona. Lo son por la suavidad de sus temperaturas, que oscilarán en ambos casos en una media cercana a los 15º, sin una gran presencia de precipitaciones (la media anual es sólo de 70 días). El verano también es buena época, pero ha de saber el viajero que las temperaturas pueden llegar con facilidad a la cercanía de los 28º, y no es este el principal incomodo, sino la humedad relativa del ambiente, que normalmente se sitúa cercana al 80%, razón por la cual la sensación de calor será elevada. Por la explicación contraria, por el frío y la correspondiente humedad, el invierno es un periodo menos acogedor para visitar la ciudad, aunque conviene dejar claro que seguirá siendo más que posible, pues raramente baja la temperatura por debajo de los 5º -a primera hora, luego se eleva un poco- en Gerona, aún cuando sí sean frecuentes las heladas nocturnas, y mucho menos las nevadas.



Vídeo de promoción turística de Girona.





I.Y.P.