lunes, 27 de febrero de 2012

Santiago de Compostela, la ciudad del Apóstol.

En el extremo más noroccidental de la Península Ibérica, en el lugar en el que la tierra y el agua del Océano Atlántico se encuentran, está el fin del mundo conocido… bueno, al menos eso se pensó durante siglos. Al menos hasta que un navegante intrépido, buscando las Indias, encontraba las Américas. El lugar en cuestión se llama Finisterre (del latín finibus terrae: literalmente “fin de la tierra”) y es el accidente geográfico más occidental del norte peninsular. Evidentemente la imaginación humana propició que este lugar fuese mágico durante siglos. Hasta la llegada del humanismo, y más concretamente hasta el descubrimiento de América, se pensó que la tierra era plana, y que por tanto frente a las costas gallegas tan sólo existía un abismo al que se vertían las aguas marítimas. Cuando esta ilusión se rompió finisterre perdió parte de su magia. Pero ya no importaba, porque el lugar había sido durante siglos lugar de mitos, fábulas, historias y encuentros. El más mítico de todos, el de mayor trascendencia para la historia de España, fue la llegada de un cuerpo santo, nada menos que el de un apóstol de Cristo a este lugar. Se estaba dando el primer paso para la fundación de la futura ciudad de Santiago de Compostela, y se reafirmaba el creciente cristianismo de la población de la Península Ibérica en el momento, no casualmente, más oportuno.

Una rocambolesca historia basada en textos sagrados, noticias documentales –escritas a partir del siglo IX– y sobre todo leyendas interesadas, nos explica cómo y por qué sucedió este hecho milagroso: cómo el cuerpo del Apóstol Santiago, muerto en el año 44d.C. viajó desde Tierra Santa hasta la región de Gallaecia en la provincia romana de HispaniaPero en realidad la historia de Compostela como ciudad no arranca con la muerte del Apóstol, sino ocho siglos después. Fue hacia el año 813 (fecha que varía de acuerdo a las fuentes históricas que se consulten) cuando un pastor llamado Pelagio, guiado por señales celestiales, descubrirá la tumba en la que reposan los huesos sagrados. La noticia llegará inmediatamente a oídos del Obispo Teodomiro, que avisará a Alfonso II, rey del incipiente reino de Asturias, y juntos visitarán el lugar. Identificarán la tumba y para protegerla construirán una pequeña capilla sobre ella. El lugar, poco a poco comienza a recibir visitantes –peregrinos–, y de este modo en el lugar se irá formando una ciudad. Ha nacido Santiago de Compostela, y se está formando el Camino de Santiago, ruta que se extenderá por toda España y por Europa para acercar a los peregrinos a la nueva ciudad, que durante siglos fue por diversas razones históricas el punto de peregrinación más importante de toda la cristiandad.

No está pensado este blog para abrir discusiones o para poner en duda hechos. Sea historia, sea leyenda, sea mito, la realidad es que fue así como se fundó la ciudad de Santiago de Compostela, en plena Edad Media. No es un hecho aislado, sino que son muchas las ciudades españolas y europeas que tienen su origen en historias similares a esta. La realidad es que se fundó un asentamiento humano basándose en estos argumentos, y esa ciudad es todavía hoy una realidad: Santiago de Compostela. La ciudad es capital de la Comunidad Autónoma de Galicia y está situada en la provincia de La Coruña, a escasos kilómetros de ese lugar mítico que es Finisterra. Su tamaño actual es modesto, con unos 100.000 habitantes aproximadamente, pero su importancia cultural, histórica y política todavía es indudable. A pesar de contar con un cinturón industrial notable, y de ser el centro de administración y servicios de toda la comunidad gallega; el principal foco económico de la ciudad sigue siendo la peregrinación a la tumba del Apóstol. Cada año llegan a ella entre 100.000 y 300.000 peregrinos procedentes de todos los lugares del mundo.

Situada a 478 kms. de Madrid, la distancia nos aconseja realizar el viaje en avión, pues su Aeropuerto tiene conexiones diarias con líneas regulares, y con distintas compañías low cost, que aproximadamente en una hora y cuarto realizan el trayecto. Y a su vez, desde el aeropuerto santiagués tenemos una sencilla conexión con el centro de la ciudad a través de autobuses urbanos y también a través de conexiones shuttle que fletan las propias compañías aéreas. De cualquier modo, el viaje desde Madrid también se puede realizar en autobús (8-9 horas) o en tren (7-8 horas), cosa que desde aquí desaconsejamos, a no ser que se cuente con mucho tiempo, con varios días, para realizar el viaje.

Santiago de Compostela es una ciudad construida en piedra. Absolutamente todos los edificios del centro histórico e incluso sus calles están labrados en granito, que es la piedra más abundante de Galicia. Por esta razón, también por su antigüedad, sobre todo por su importancia cultural, y por su genial estado de conservación, la Unesco decidió incluir la ciudad vieja de Santiago de Compostela en la lista de ciudades protegidas como Patrimonio de la Humanidad en 1985. Eso no fue todo, porque en 1987 también consiguió esta figura de protección legal de Patrimonio de la Humanidad la propia ruta histórica de peregrinación, al considerarla como el primer itinerario cultural europeo de la historia. No es de extrañar, porque millones de peregrinos, y más de mil años de uso, todavía dan sentido hoy al “Camino de Santiago”. La ciudad de Santiago de Compostela lo experimenta continuamente, a diario. La ciudad es pequeña pero su vida es intensa. A pesar de que por sus calles circulen cualquier día del año peregrinos de todos los rincones del planeta hablando todo tipo de lenguas; para los habitantes sigue siendo natural hablar en gallego, lengua cooficial en toda Galicia junto con el castellano, y que en muchos aspectos no difiere demasiado del portugués. Os resultará, probablemente, un poco complicado comprenderlo, pero es más una cuestión de acento que de idioma. Probad a leer algo en gallego, y veréis como la diferencia con el castellano no es exagerada.

Visitad la Plaza del Obradoiro, es obligatorio y es el punto neurálgico del centro histórico. No importa por dónde o cómo lleguéis a la ciudad porque vuestros pasos –y los de todos los peregrinos– os llevarán en ella. Es el centro neurálgico de la ciudad, y el punto en el que se suelen reunir para descansar, charlar, meditar, reír, llorar… todos los recién llegados, peregrinos o no. Es la imagen más emblemática de la ciudad. El nombre de obradoiro (que traduciríamos como obrador o lugar de obras) le viene desde la época de construcción de la Catedral, pues en este lugar se reunían todo tipo de trabajadores que contribuían con sus distintos oficios a finalizar las obras de la inmensa iglesia catedral que la preside.

Y evidentemente no sólo la catedral, sino que algunos de los edificios más significativos de la ciudad tienen aquí sus fachadas. Al Oeste está el más moderno de todos. Es el Palacio de Rajoy, que es la sede del Gobierno político de Galicia y nos quiere recordar la tipología de palacios o grandes construcciones civiles de la región –pazos en gallego–. A su lado, cerrando por el Norte la plaza, se encuentra uno de los hoteles más lujosos de España: El Parador de los Reyes Católicos. Y como su nombre nos dice muy claramente, fue mandado construir por estos monarcas, en el año de 1486; pero no como hotel, sino como hospital, que es el nombre que entonces recibían los albergues –gratuitos– destinados a los peregrinos. Su fachada es espectacular, y nos habla de la llegada del arte renacentista a España. Si vuestro presupuesto alcanza para un “café no muy barato”, entrad a su cafetería, pues es la única forma de visitarlo. O por supuesto, durmiendo en él. Pero para eso el presupuesto ha de ser bastante más elevado (al menos de 280€ por noche).


Al Este de la plaza se encuentra la Catedral de Santiago de Compostela. No os dejéis engañar. Su aspecto es el de una iglesia barroca típicamente gallega, pero como a menudo sucede con el estilo barroco, es puro teatro. Y es que efectivamente, en el siglo XVIII el Obispo de Compostela decidió que una catedral de esta importancia merecía tener un aspecto más acorde a la moda de la época. Y esa es la razón por la que arquitectos gallegos “maquillaron” la gran iglesia. La realidad es que bajo todas esas piedras tan decoradas se encuentra, sin apenas modificación alguna, la iglesia construida entre 1075 y 1188 en un exquisito estilo románico, hecha para sustituir a las más viejas y pequeñas que se habían ido construyendo desde la época del descubrimiento de la tumba. Es la iglesia románica más grande y perfecta de España, y está considerada de las mejores de Europa. Independientemente de un sentimiento religioso o no, merece la pena visitarla.

El acceso habitual a la Catedral de Compostela se está haciendo, no desde la fachada o puerta del Obradoiro, sino desde una de sus portadas laterales, lo cual no significa que en algunos momentos u horas determinadas sí se pueda acceder desde el Obradoiro. Por lo tanto, y de manera habitual, para entrar al templo debéis abandonar la plaza por el sur, y tomar la primera calle a la izquierda, la Rua de Fonseca, que cuesta arriba os llevará a la Plaza de Platerías. En ella se abre la “Portada de Platerías” de la Catedral, vestigio de la original construcción románica, hiperdecorada con esculturas aún de las primeras iglesias que custodiaron la tumba. Por ella accederéis al interior de la iglesia a través de uno de los brazos del crucero. Realizad una visita tranquila, pues aunque no haya oficios religiosos en ese momento, con total seguridad habrá peregrinos exhaustos y personas orando. Si os apetece seguir la tradición debéis hacer varias cosas en el interior: bajar a la cripta para ver la tumba en la que se contienen los restos del Apóstol; y subir hacia la parte trasera del altar por un especio especialmente habilitado, para de este modo poder “abrazar” la escultura del santo. Éstas son las dos tradiciones peregrinas, pero en la Catedral también merece la pena una visita por todo su interior, contemplando sus increíbles capillas y tesoros, y en especial el llamado Pórtico de la Gloria, que es la vieja fachada original, la que daba originalmente a la Plaza del Obradoiro y que debido a las obras de la época barroca sólo puede ser contemplada desde el interior –y para mayor desgracia, en la fecha en que estamos colgando este blog está llena de andamios por razones de una urgentísima restauración–. Artísticamente es lo más interesante de la catedral. Si conseguís verla, aunque sea parcialmente, os sorprenderá el realismo y la finura de unas esculturas que se realizaron en el cambio del románico al gótico (en la transición de los siglos XII y XIII). Si os apetece asistir a misa, todos los días a las 12.00 hay una celebración especialmente dedicada a los peregrinos. Con un poco de suerte, podréis ver en funcionamiento el botafumeiro.

La Catedral ofrece aún más alternativas para la visita. Al margen de la gran cantidad de obras de arte que alberga en sus numerosas capillas interiores, ha de saber el viajero que puede visitar la gran iglesia desde otro punto de vista. Quizás el más original, o el más diferente, es realizar una visita a las cubiertas (tejados) de la catedral. Es una oportunidad única de ver un edificio de tanta antigüedad y de tales dimensiones de una manera diferente. La información de la visita se puede conseguir en la misma plaza del Obradoiro visitando el llamado Palacio de Gelmírez: en la práctica el edificio adosado a la fachada de la Catedral. Además de subir a los tejados del edificio religioso, la visita es aconsejable porque para acceder se atravesará el citado palacio, una de las pocas oportunidades que hay en todo el país de visitar un edificio en perfecto estilo románico, que no sea una iglesia. La otra opción de visita a la catedral es la visita a sus museos. Con la entrada a los museos nos aseguramos la posibilidad de conocer el claustro de la catedral, la cripta del Pórtico de la Gloria (centro de interpretación del pórtico), varias dependencias interiores cerradas al público en general, restos (y reconstrucción) del viejo coro de la catedral…


Pero Compostela no acaba en la Catedral. Por todas las inmediaciones del templo disfrutaréis de hermosas calles y plazas de sabor antiguo. A destacar la Plaza da Quintana dos mortos (literalmente plaza de los muertos), llamada así por haber sido lugar de enterramiento de muchos fieles que quisieron descansar cerca del Apóstol. Es la plaza que está inmediatamente detrás de la Catedral, partida en dos niveles por una gran escalera, y en la que si tenéis suerte, muchas noches se organizan conciertos de música o bailes tradicionales. No lejos de allí, un poco más al norte, se encuentra la Plaza de Cervantes (Compostela fue una de las ciudades por las que pasó el escritor del Quijote), desde la que sale la pintoresca Rua de Azabachería, que entre todo tipo de construcciones en piedra, os devolverá al otro lateral de la Catedral, donde se encuentra el Monasterio de San Martín Pinario. Éste, es una de las joyas del barroco español. Hoy convertido en hotel, todavía es visitable, aunque para ello tengáis que hacer la visita entrando a través de su iglesia que está situada todavía más al norte. Si os gusta la espectacularidad del arte barroco, su retablo es de lo más llamativo de todo el país, y además en un total de 12 salas se recorrerán gran parte del antiguo y gigantesco monasterio, incluida la botica original, salas con fondos bibliográficos antiguos, e incluso un viejo “gabinete de historia natural”.

Nos queda por explorar el sur del centro histórico. Éste está compuesto por calles más o menos paralelas (Rúa dos Francos, Rúa da Raíña, Rúa do Vilar, Rúa Nova…), todas convergentes hacia la ampliación moderna de la ciudad, y recordando el espacio antiguo que estuvo completamente rodeado por murallas. Por estas calles encontraréis todo tipo de restaurantes y tiendas de recuerdos y regalos. Y entre éstas surgen de vez en cuando notables edificios, como es el caso de la Casa del Deán (esquina de la Rua do Vilar con la Plaza de Platerías), un viejo palacio dependiente de la Catedral, en el que hoy se entrega la compostelana (documento acreditativo de haber hecho el Camino de Santiago); o como es el caso del Colegio Fonseca (al principio de la Rua de los Francos) que es uno de los muchos edificios históricos de la Universidad de Santiago de Compostela, y en el que destaca su hermoso patio renacentista. No son los únicos edificios o palacios históricos, pero sí son los fácilmente visitables. En realidad toda la ciudad antigua está repleta de bellos ejemplos, como son el Palacio de Vaamonde, o el Palacio de Feixoo, o el Palacio de Fondevila… cito sólo los más conocidos. El problema es que la inmensa mayoría de ellos son de propiedad particular, y por tanto su visita turística no es posible. Sí podemos en cambio disfrutar de otros lugares públicos de Compostela, caso de su interesante Mercado de Abastos, o de los parques públicos entre los que destaca el Parque de la Alameda por sus magníficas vistas de la Catedral. Y por supuesto, no podían faltar los museos para completar una buena oferta turística. Visita interesante puede ser el Museo del Pueblo Gallego, situado justo en las afueras del centro histórico, en pleno Camino de Santiago. En su interior, alojado en un antiguo Convento, se encuentran todo tipo de piezas etnográficas y culturales que nos presentan a Galicia desde otro punto de vista: trabajos tradicionales relacionados con la agricultura y con el mar, arquitectura tradicional típica, y una pequeña colección de obras de arte, en su mayoría sacras.


Compostela es también ciudad universitaria desde antiguo (una de las primeras españolas) y por esa razón aún hoy es un centro educativo importante. Esto deja grandes ventajas en la ciudad, pero la que más os puede interesar durante vuestro viaje, es el ambiente universitario. Cada atardecer en la ciudad, los peregrinos se van sustituyendo progresivamente por estudiantes a excepción, claro está, de los meses de verano en que están de vacaciones. Y entonces las tiendas de recuerdos van cerrando para ceder espacio a los bares y locales de ambiente que están diseminados por la zona sur del centro histórico, y en la zona universitaria de la ciudad moderna. También es muy aconsejable en Compostela disfrutar de su rica y variada gastronomía. Galicia es una de las regiones españolas con una cultura gastronómica más diferenciada. Entre sus platos más tradicionales está la empanada, el caldo gallego, el pulpo, el lacón con grelos, y numerosas recetas de pescados y mariscos, tan abundantes en las cercanas costas gallegas. Entre los postres uno por encima de todos: la tarta de Santiago; una tarta hecha a base de almendra molida, azúcar y huevo. Y también es Galicia tierra de vinos. Sus mejores son los blancos, y de muchas variedades. El más barato el Ribeiro, ácido y fresco. Y de lo más famoso y menos económico el Albariño o los vinos de las Rías Baixas, mucho más afrutados, pero también con un punto de acidez en ocasiones. Todos han de tomarse bien fríos. Una botella puede tener un precio medio de 15€, pero por mucho menos (2-3€) conseguiréis una copa en uno de los muchos bares del centro histórico, acompañado seguramente de algún pincho típico.

Por su cercanía al mar, Santiago de Compostela es una ciudad con un clima relativamente templado, sin grandísimas oscilaciones de temperatura. Pero esa cercanía al Océano Atlántico, también provoca que la ciudad sea una de las primeras en enfrentarse a todas las borrascas que llegan a España. El resultado es que Compostela es una de las ciudades más lluviosas del país, aunque en realidad hay que aclarar que su clima más que lluvioso habrá que definirlo como inestable, pues es muy fácil que en un mismo día llueva y haga sol varias veces. Tened esto especialmente en cuenta si visitáis la ciudad en primavera y otoño. El invierno suele ser bastante fresco, y el verano bastante cálido.

En cuanto al alojamiento, Compostela es una ciudad llena de hoteles, pensiones y albergues. Cuanto más cerca estemos del verano o de alguna festividad, más difícil será encontrar alojamiento, pues aumenta de manera espectacular el número de visitantes y peregrinos. Por esa razón será buena idea reservar antes un alojamiento, ya sea en el centro histórico o en los alrededores. Los encontraréis de todos los precios y calidades. Quizás una opción sea dormir en el llamado Monte del Gozo, lugar alejado unos cuatro kilómetros del centro histórico (pero comunicado por autobuses), y que es un inmenso albergue –con unas 1000 camas– construido para la visita del Papa Juan Pablo II. Las habitaciones no son lujosas, sino funcionales, la mayoría múltiples (habitaciones de al menos 6 personas en literas), y por eso los precios son bastante razonables. Tened en cuenta la distancia a la ciudad si dormís en él, pues durante el día hay transporte público, pero durante la noche deberéis tomar un taxi, o realizar a pié la distancia.







I.Y.P.

martes, 14 de febrero de 2012

Fiestas de Carnaval: la locura compartida.

Las fiestas de carnaval son una de las expresiones populares festivas más extendidas a lo largo y ancho del mundo. Sus variantes son muchas, y sus formas de expresión y sentimiento popular también. Desde los archiconocidos festivales de Río de Janeiro, las mascaradas de Venecia, o los desfiles de Nueva Orleans, a las chirigotas de Cádiz. ¿Pero qué es el Carnaval, y sobre todo, por qué se celebra? En España se conservan algunos de los carnavales más tradicionales, curiosos, extravagantes y antiguos, pero también algunos de los más espectaculares y de mayor fama mundial: los de las islas canarias de Tenerife y Gran Canaria.
El carnaval es una fiesta derivada del calendario cristiano católico. Sin embargo, con el paso de los siglos esta fiesta se ha separado por completo de los actos litúrgicos o religiosos. Las fiestas de carnaval han derivado en la actualidad en celebraciones únicamente lúdicas, festivas y folklóricas, que muy a menudo rozan lo irreverente y sobre todo atentan contras las “normassociales establecidas. Y ni que decir tiene, contra las tradiciones y normas cristianas. Pero, paradojas de la historia, el carnaval no se habría conservado y probablemente no existiría, al menos tal y como lo concebimos hoy, de no ser por la Iglesia Católica.
El primer indicador es que la celebración de los carnavales tiene una fecha móvil en el calendario y esta fecha se sigue fijando todavía en la actualidad de acuerdo a la celebración de la cuaresma cristiana. El carnaval se inicia tres días antes de la cuaresma: es decir, el domingo anterior al llamado miércoles de ceniza. Y durará hasta el martes siguiente –llamado popularmente “martes de carnaval” –. Es decir, el día inmediatamente anterior al inicio oficial de la Cuaresma. Son por lo tanto, tres días de fiesta: el domingo, lunes y martes precedentes al miércoles de ceniza. Esto es lo tradicional en España y en un gran número de países de tradición católica, pero no siempre se cumple este calendario. Por ejemplo, las festividades de carnaval en las españolas Islas Canarias suelen comenzar hasta tres semanas antes y de hecho son sus fiestas más importantes de todo el año. En Austria y algunas regiones de Alemania se inicia nada menos que el 6 de Enero (festividad de la Epifanía, algo que tampoco es casual), aunque luego las celebraciones principales se hagan coincidir con los tres días más tradicionales o habituales. Y otro ejemplo es Italia y varios países hispanoamericanos, donde las fiestas de carnaval se inician en el llamado jueves graso, que es el jueves anterior al inicio más tradicional.
Quizás el gran factor definitivo para comprender esta unión entre carnaval y cristianismo es la propia palabra carnaval. Durante siglos, la tradición cristiana –católica y ortodoxa–celebró un día especial, llamado “carneval” o “carnestolendas” después del cual no se podía consumir ninguna carne, ni tampoco algunos productos derivados, como por ejemplo la leche o la mantequilla. La razón era (es) la preparación del cuerpo (y el espíritu) para la llegada (Resurrección) del Señor (Pascua). Sólo tras la fiesta de Pascua se levantaba esta prohibición, y se permitía volver a consumir estos productos. Así pues, esta celebración tenía por objetivo principal consumir el dicho día de carneval (inicialmente el martes anterior al miércoles de ceniza, con el paso del tiempo el domingo anterior al miércoles de ceniza) toda la carne y derivados que las familias tenían en sus casas.
Pero todavía podemos explicar el origen del carnaval y su conexión con la religión de por otra vía. La palabra carnaval, tomada en castellano, y de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, tiene una etimología tomada directamente del término italiano carnevale. Y el término italiano carnevale tiene su origen en la unión de dos vocablos latinos: carne y levare. O lo que es lo mismo en castellano, “carne” y “quitar”. Y eso es precisamente lo que se hacía en esta festividad cristiana: consumir o eliminar toda la carne que existiese en las casas. Si acudimos a la etimología de “carnestolendas”, palabra que parece haber sido usada durante siglos en España para esta festividad, el resultado es exactamente el mismo, pues la raíz de la palabra sigue siendo de dos términos latinos: carne y tollere, lo que viene a significar ayuno de la carne. Carnaval ha quedado en el idioma castellano moderno, pero carnestoltes es el vocablo que ha pervivido en la lengua catalana para referirse a esta festividad. Caso especial es el vocablo gallego “entroido”, que hace referencia directa a la “entrada” en la cuaresma y no al ayuno o supresión de la carne, pero igualmente es la palabra con la que se designa en la actualidad las fiestas de carnaval en Galicia.
Las actuales fiestas de carnaval ya no tienen nada que ver con esta celebración cristiana. Pero ese es indudablemente su origen. Durante un día se podía consumir aquello que iba a estar prohibido. Durante un día no había normas. Es el acervo popular el que ha modificado notablemente las fiestas, las ha separado del hecho religioso, y es el que ha provocado que esa libertad” se convirtiese en “libertinaje”. En el carnaval todo está permitido: los excesos, la fiesta, la alegría… incluso lo prohibido. Y éste es el sentimiento originario de las actuales fiestas de carnaval. ¿Alguien se extraña ahora de que la gente oculte su rostro tras una máscara? Los disfraces nos permiten hacer aquello que no está permitido, aquello prohibido, aquello que no está bien visto por la sociedad. Y nadie nos reconocerá. Éste es el espíritu del carnaval: la burla, lo irreverente, lo que no se puede o no se debe hacer, el intercambio de papeles o actitudes humanas, incluso el cambio de género y de posición social. Es la libertad total. También ha sido el acervo de las gentes el que ha modificado y extendido esa burla y esa libertad. Es así como el carnaval se acabó separando completamente de su tradición católica, y es así como se acabó identificando en el subconsciente colectivo al carnaval con el peor de los pecados, y el mayor de los placeres: Don Carnal.
Seamos justos. La idea no era del todo nueva. La historiografía moderna quiere, con mucha razón, ver el origen del carnaval en tiempos muy remotos. La religión lo moldeó, lo adaptó a sus necesidades, y finalmente propició su transformación. Es cierto, sin la celebración de la Cuaresma, lo más probable es que el carnaval no hubiese pervivido, y nunca hubiese existido tal y como lo comprendemos y celebramos ahora. Pero también es cierto que los antecedentes de este tipo de festividades se podrían ver en antiquísimas fiestas paganas. Cuánto ha pervivido, y cuánto es pura coincidencia, tal vez fruto de la simple condición humana, es dificilísimo de dilucidar.
A los historiadores no se les escapa que la idea esencial del carnaval existió en celebraciones griegas, romanas, e incluso aún anteriores. Eran fiestas entendidas –esquemáticamente– como la lucha entre el “orden” y el “caos”. Celebraciones cíclicas en las que se permitía e incluso se exaltaban voluntariamente todo tipo de excesos, para de este modo regresar nuevamente al orden preestablecido. Una especie de lucha entre el bien (orden) y el mal (caos), para mantener el equilibrio. Algunos historiadores se remontan nada menos que a la época Sumeria, viendo el precedente más antiguo en las luchas mitológicas entre Marduk y Tiamat. Quizás, y sólo quizás, un origen un tanto pretencioso. Pero sin lugar a dudas, donde la conexión sí es evidente es con las culturas grecolatinas. Durante las fiestas invernales romanas se celebraban unas fiestas llamadas Lupercales y otras llamadas Saturnales o saturnalias. Las lupercales eran celebradas el 16 de febrero y tenían un sentido purificador. Los sacerdotes inmolaban un macho cabrío que era ofrendado al dios Fauno. Mientras esto ocurría se vestían con pieles de animales, se pintaban las caras y el cuerpo con la sangre del animal, y fabricaban látigos con la piel del macho cabrío recién sacrificado, para con ellos golpear a todas las personas que encontrasen durante la ceremonia. Finalizada la celebración, se iniciaba un periodo de purificación que ha dado nombre al mes de febrero (febraure: purificar). Esta celebración pagana se mantuvo por distintos lugares del Imperio Romano hasta el siglo V de nuestra era, y por tanto hasta bien entrado y extendido el cristianismo, con el que con toda probabilidad convivió.
Éste podría ser el precedente más directo de nuestras actuales fiestas de carnaval. Distorsionado o no, el espíritu de libertad, y el espíritu de purificación estaban presentes en esta celebración pagana. La adaptación al cristianismo, y la cantidad de siglos transcurridos han podido hacer el resto. Y aún así, simplemente en España, podemos encontrar paralelismos. Es el caso del carnaval tradicional de la localidad de Herencia (Ciudad Real, Castilla la Mancha), donde uno de los momentos álgidos se produce cuando el conocido como Perlé, un personaje disfrazado con un pijama y un gorro a rayas, persigue a los niños del pueblo con un látigo en la mano. O el carnaval de Verín (Orense, Galicia), donde un personaje similar, pero llamado aquí Cigarrón, hace exactamente lo mismo, e igualmente con un látigo en la mano.
Las otras fiestas paganas romanas que nos interesan eran las Saturnales. Quizás sean un precedente menos claro, o más alejado, pero también de ellas parece haber quedado alguna reminiscencia. Las saturnalias se celebraban en diciembre y durante la festividad no se permitía ningún trabajo, oficio o arte, a excepción de cocinar. La razón era realizar una comida comunal para rememorar los tiempos en que todos los hombres eran exactamente iguales, sin ningún tipo de distinción social o de clase. Esto en cierto modo se ha mantenido tradicionalmente en las fiestas de carnaval, y especialmente en el espíritu de las “peñas” o hermandades, que continúan haciendo reuniones entorno a una mesa. Y además, y quizás sea el punto más evidente de unión con los carnavales modernos, durante las saturnalias se intercambiaban regalos y se elegía a un “Rey” que sólo tenía autoridad durante aquella festividad, y que normalmente era elegido –en palabras vulgares pero directas– de entre los más tontos. Por supuesto la intención moral está muy presente, ya que gran parte de este último hecho era criticar los actos realizados durante el año anterior, y de hecho, fue incluso común (sólo durante el periodo pagano más arcaico) sacrificar al “elegido” a la finalización de la festividad.
Estas costumbres también pueden ser rastreadas todavía hoy en algunos de los carnavales más tradicionales de España. Es común que en muchísimos lugares de nuestro país se realicen comidas comunales: por citar sólo una, los carnavales de Badajoz (Extremadura), donde se realiza para todos los participantes una comida a base de hornazo y vino. También podemos encontrar lugares donde se recuerda esta “elecciónde una persona destacada para la dirección de la festividad, y que posteriormente será sacrificado. Obviamente hoy no se sacrifica a nadie, pero por ejemplo, en los carnavales de Villanueva de la Vera (Cáceres, Extremadura) una cofradía confecciona un muñeco, popularmente llamado el “Peropalo”, que tendrá la misión simbólica de ser el director y organizador todas las festividades de carnaval. A la finalización del carnaval a este personaje inanimado le llega la muerte –y destrucción– hasta que al año siguiente, se realizará uno nuevo. Esta idea de sacrificar al más tonto también se puede ver reflejada metafóricamente en los carnavales de Solsona (Cataluña). Allí se ahorca del campanario de la iglesia un muñeco con forma de asno. La historia tradicional cuenta que se quiso en una ocasión limpiar de malas hierbas el campanario de la iglesia, y los habitantes no tuvieron otra idea más que subir a un burro para que las comiese. No cabiendo éste por las escaleras, decidieron elevarlo colgándolo por su cuello de una cuerda, razón por la cual finalmente resultó ahogado y muerto, no sin antes orinarse sobre los asistentes. Evidentemente es una recreación de la idiotez humana, y tampoco es casual que el animal elegido sea precisamente un burro, sino una hermosa metáfora.

Con el paso de los siglos las fiestas de carnaval repartidas por los distintos rincones de España han ido tomando características y tradiciones propias de cada lugar. Así por ejemplo hoy podemos destacar los carnavales de Cádiz como uno de los más auténticos y originales, razón por la que está protegido por ley como una fiesta de interés turístico internacional. Los primeros datos históricos precisos conservados sobre esta fiesta son del siglo XVI, momento en el que parece que definitivamente la fiesta se comenzaba a separar de las celebraciones religiosas. El programa de actividades durante las actuales fiestas de carnaval de Cádiz es amplísimo y variado, pero sin lugar a dudas su principal aliciente y punto álgido es el Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas, en el que grupos corales se presentan a un concurso cantando chirigotas (comparsas, murgas…) elaboradas por ellos mismos, y que en general atentan contra los principales hechos ocurridos durante el transcurso del año con grandes dosis de ingenio, humor y acidez, siempre sin perder el ritmo y la rima, ya que son composiciones para ser cantadas.
El otro gran carnaval español protegido bajo la figura de fiesta de interés turístico internacional es el carnaval de Santa Cruz de Tenerife, que en la actualidad también aspira a convertirse en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. En realidad es el más popular y famoso de todos los españoles, y ostenta el título honorífico de ser el segundo carnaval más importante del mundo, tras el de Río de Janeiro. Esta fiesta tinerfeña es de una envergadura mucho mayor que la gaditana o cualquier otra española. Las fiestas duran entre dos y tres semanas, y las actividades organizadas son incontables. Existe un carnaval oficial, dirigido por las autoridades y hermandades con concursos, desfiles, exhibiciones, murgas, comparsas… en el que habitualmente participan más de 100 hermandades, y que en parte suele ser televisado para todo el país por algún canal público, especialmente durante la celebración y desfiles de elección de las reinas. Pero también existe otro carnaval paralelo que es el popular, en el que participan absolutamente todos los habitantes y visitantes de la isla, y que inunda y se extiende por todas las poblaciones.
Os animamos a que participéis activamente de las fiestas de carnaval españolas allí donde vayáis a estar durante estos días. Prácticamente todas las poblaciones tienen algún tipo de celebración, más o menos popular, más o menos elaborado, más o menos tradicional, incluído Madrid. Basta con acudir a las oficinas locales de turismo, o a las web de los respectivos ayuntamientos para conocer los programas y actividades. Si decidís viajar a alguno de los grandes carnavales españoles, y más especialmente a Cádiz o algún lugar de las Islas Canarias, no os aventuréis a hacerlo sin haber antes reservado alojamiento, ya que el increíble número de visitantes y turistas que encontraríais durante esos días, podría provocar que no encontraseis cama libre. Sea como fuere, ¡disfrutad del carnaval!

I.Y.P.

viernes, 3 de febrero de 2012

Segovia, la ciudad de la victoria.

Segovia es una ciudad inolvidable. Con un pié en el pasado y otro en el presente, esta ciudad se nos muestra como uno de los mejores ejemplos hispanos de urbanismo continuado desde los más remotos tiempos. Además aglutina uno de los mejores conjuntos monumentales, recopila muestras muy variadas de su espléndido pasado histórico, artístico y cultural, y nos ofrece postales de belleza inusual por todo su centro histórico. Prueba de todo ello fue la declaración en 1985 de su acueducto y su ciudad vieja como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Sobre la historia más remota de Segovia pocas cosas podemos afirmar con absoluta seguridad. Pero la historiografía moderna, y sobre todo la arqueología, nos hablan de un poblamiento antiquísimo en el mismo lugar en el que hoy se asienta el centro histórico. Un claro indicador de esta antigüedad puede ser el propio nombre de la ciudad. Se nos dice que el nombre de Segovia procede –o podría proceder– de la unión de los vocablos celtíberos: sego y briga, o lo que es lo mismo, victoria y ciudad/fortaleza. Es un buen principio, y además una magnífica explicación breve para su propio origen y aspecto. Situada sobre un risco montañoso horadado por los ríos Eresma y Clamores, el lugar fue elegido por las culturas hispanas más antiguas por su fácil defensa militar, y parece haber estado continuamente habitado desde entonces, hasta nuestros propios días. La historia de todas las culturas, etnias y civilizaciones que han pasado por la Península Ibérica a lo largo de los siglos, es la que ha definido y construido a la actual Segovia.


Segovia es hoy una ciudad relativamente pequeña y moderna. Es la capital de la provincia que lleva el mismo nombre, y forma parte de la Comunidad Autónoma de Castilla y León. Situada a unos 1000 metros de altitud; y ubicada a los pies de la sierra montañosa de Guadarrama, es el hogar de casi 60.000 habitantes. Su clima es plenamente continental, así que nos ofrece veranos muy cálidos y secos, inviernos que pueden ser extremadamente fríos, y estaciones intermedias breves, que incluso bastante a menudo pueden parecer casi imperceptibles.

Segovia está tan sólo a unos 90 kms al norte de Madrid. Llegar hasta ella en transporte público es extremadamente sencillo. Podemos hacer el breve viaje en autobús, en tren, o incluso en tren de alta velocidad del que –le conviene saber el viajero–, su estación está bastante apartada de la ciudad y por tanto le hará gastar un dinero y un tiempo extra para llegar al centro. En cambio, las estaciones de autobús y tren “ordinario” están integradas en la ciudad. En un solo día podremos disfrutar de lo mejor de Segovia, y conocer sus calles más concurridas y pintorescas, sus variados barrios y monumentos, disfrutar de sus excepcionales paisajes, e incluso degustar su exquisita y tradicional comida.

Da igual el medio de transporte que utilicemos para llegar a Segovia. Una vez en ella todos podremos dirigirnos a la entrada natural del amurallado centro histórico. Y ese lugar no es otro que la Plaza del Azoguejo, en realidad la plaza del Acueducto Romano, omnipresente en todas las imágenes institucionales de la ciudad, incluido su propio escudo. Junto a él se encuentra la principal Oficina de Turismo de la ciudad, y tal vez sea el lugar ideal para preguntarle a algún segoviano por la leyenda de su construcción. Ésta nos explicará que es obra del mismísimo diablo, quien fue capaz de construirlo en una única noche, aunque al final fue derrotado, o más bien engañado, y huyó dejando allí la magnífica construcción. La realidad, como siempre mucho más aburrida, nos dice que es una obra del Imperio Romano para abastecer a la ciudad de agua fresca, y que se ha utilizado hasta no hace muchos años. De cualquier manera, bien merece una detallada visita, viéndolo y fotografiándolo desde todos los ángulos, pues es el acueducto romano mejor conservado de toda Europa. ¡No lo decimos los españoles por aquello del orgullo patrio!… Lo dice, por ejemplo, el hecho de que Segovia sea la única ciudad del mundo que tiene el privilegio de ser ciudad hermanada con la mismísima Roma.

La simple imagen del acueducto nos sobrecoge y nos hace sentirnos pequeños. La razón es su monumentalidad, con una altura máxima de 28 metros en plena plaza del Azoguejo, que es su imagen más famosa y fotografiada. Allí se eleva sobre una espectacular y hermosa doble arcada de granito, pero sin entrar en tecnicismos constructivos algunos datos sencillos nos hacen comprender su verdadera magnificencia: 728 metros de acueducto construido con un total de 163 arcos atraviesan el espacio urbano de Segovia. En total, la conducción de agua tiene más de 15 kilómetros de recorrido desde el manantial de la Fuenfría –fuente del agua e inicio del acueducto– hasta su llegada a la ciudad. Durante el recorrido el desnivel del acueducto es de apenas un 1% constantemente para facilitar el transporte del agua, pero evitar el desgaste de la construcción por la simple fricción del líquido. Disponía de un filtro natural para purificar el agua y un mecanismo para regular el caudal a voluntad o en función de las necesidades. Su parte más monumental fue construida simplemente con piedra, sin usar cementos u otros aglutinantes (la gravedad, más de seis metros de cimientos en la zona más elevada, y unos pernos metálicos internos hacen todo el trabajo para mantener los bloques unidos). Y quizás el dato más demoledor de todos: fue construido entre los últimos años del siglo Id.C. y los primeros del siglo IId.C., con lo que hablamos de prácticamente 2000 años de antigüedad, y sorprendentemente casi los mismos años de funcionamiento, pues sólo a mediados del siglo XX dejó de ser utilizado para abastecimiento público. Éstos son datos más que suficientes para comenzar a valorar lo increíble del monumento.


Pero evidentemente Segovia no finaliza aquí. Nos oferta un montón de variadas rutas: distintas caras o enfoques para ver la misma ciudad, una colección de iglesias románicas de primerísima calidad, y además algunos otros monumentos que han de ser imprescindibles en una visita. Por ello, aquí sugerimos una visita que ha de continuar hacia el centro histórico de la ciudad, que puede ser perfectamente conocido en sus aspectos más importantes en una única jornada.

El acceso desde la Plaza del Azoguejo hacia la ciudad vieja se puede realizar subiendo las escaleras que se nos brindan junto a la desembocadura del acueducto, llegando así directamente a la parte más alta del centro histórico. Pero quizás el modo más natural, y desde luego el más común, es hacerlo por la estrecha Calle de Cervantes que se nos abre justo al este del acueducto. A ella se asoman innumerosos comercios, restaurantes, tiendas de recuerdos…, pero también edificios seculares de típicas arquitecturas castellanas, con pequeños balcones, con fachadas llenas de esgrafiados; y aún incluso algún edificio noble como es el caso del Palacio de los Picos, en la actualidad reconvertido a Escuela de Arte. Si una de las leyendas más antiguas, y que ya hemos citado aquí, nos explica la construcción del mismísimo acueducto como obra del diablo, este mismo personaje vuelve a ser el protagonista de otra leyenda que quiere mostrarnos el origen de la curiosa fachada de este palacio. Así parece ser que el Palacio de los Picos adquirió su actual aspecto cuando su dueño, un tal Íñigo de la Hoz, hizo un pacto con el diablo. Don Íñigo se había ido a luchar al sur de España en las guerras de Reconquista entre cristianos y musulmanes, y había dejado en su casa de Segovia –el actual palacio– a su esposa embarazada. Pero al regreso de la guerra don Íñigo descubrió que ya había sido padre, si bien su mujer había muerto. Crió a su hija, a la que llamó Guiomar, y cuando ésta se convirtió en una hermosa joven entró en escena un caballero que quería enamorar a su hija, aún en contra de la voluntad de don Íñigo. Es aquí cuando pacta con el diablo, para que en la fachada del edificio crezcan metálicos y afilados garfios que hieran, rasguen la piel del pretendiente, o incluso lo maten, para que de esta manera no pueda visitar a su hija. Y sin embargo, continúa la leyenda, la misma noche en que aquellos garfios surgieron de la piedra, el joven pretendiente no acudió a la cita, sino que envió a su escudero con un importante mensaje: “Guiomar espera un hijo. Y el padre soy yo, el hijo de Abu Djhavar, a quien vos matasteis y torturasteis durante la guerra. Esta es mi venganza”. Comprendido lo irónico y cruel de los hechos, don Íñigo acudió a un confesor de la Catedral de Segovia, quien mediante un contrahechizo consiguió que donde estaban los afilados garfios, simplemente quedasen diamantes de piedra, dando origen al actual aspecto del edificio.

En fin, la historia verdadera vuelve a ser bastante más aburrida. El tal don Íñigo existió, y de hecho fue él quien ordeno las obras de decoración de esta peculiar casa. La conexión con el ámbito musulmán existe, pues parece que el palacio había sido propiedad de una persona que hubo de exiliarse tras los acontecimientos de 1492. Fue entonces cuando lo adquirió el nuevo propietario, quien pronto se cansó de que se refiriesen a su casa como la casa del moro, razón por la cual, tras pedir consejo a un canónigo de la Catedral de Segovia, tomó la decisión de hacer lo que éste le indicaba: modernizar su palacio cambiando algo en la fachada que lo hiciese llamativo, distinto, diferente, para que de esta manera los segovianos olvidasen el nombre que le estaban dando. Incluso se conserva la documentación de la época: haciendo construir esta fachada en la cual desde el zócalo hasta la cornisa, salvo los huecos, no entran sino sillares tallados en punta de diamante; así pues este ornamento no aparece sembrado aquí y allí por la fachada como en la de las Conchas salmantinas, sino que la cubre toda prestándola un carácter de rudeza y hosquedad medieval”. Desde el año 1977, y tras muchos propietarios y usos, el palacio de los picos es sede de la Escuela de Artes Aplicadas de Segovia. Se puede visitar el patio interior, y parte de las instalaciones.


Dejando atrás este curioso edificio, continuaremos caminando hacia lo profundo del centro histórico. La antigua calle de Cervantes muda su nombre por el de Calle de Juan Bravo precisamente a la altura del palacio de los picos. Juan Bravo es un viejo conocido de los segovianos y castellanos, y además uno de sus principales héroes, que osó hacer frente al mismísimo emperador Carlos I, contra el que inició la Guerra de las Comunidades. Y por supuesto lo pagó con su vida. Apenas iniciado nuestro paseo por esta calle nos encontramos con un ensanchamiento, discreto, que conforma una plazoleta llamada del Platero Oquendo. En su izquierda se levanta uno de los edificios más singulares y originales de toda Segovia: el Palacio del Conde Alpuente. Hoy es la sede administrativa de las autoridades políticas de Castilla y León en Segovia, y por esta razón su visita es complicada. Pero el viajero podrá admirar su espectacular fachada y su esbelta figura. Se trata de un viejo palacio gótico, con un elevado torreón y unas hermosas ventanas geminadas con arquerías y columnas coloridas que le dan una mayor belleza. Toda la fachada está recubierta de los típicos esgrafiados segovianos, que en este caso recuerdan, o tal vez se inspiran, en viejos recamos y diseños de las telas y tapices antiguos, de los que la ciudad de Segovia fue uno de los principales centros creadores de todo el país durante la Edad Media. Es uno de los mejores ejemplos de la ciudad. A escasos metros, continuando en dirección este por la calle de Juan Bravo, o por el estrecho pasadizo desde la entrada del Palacio del Conde Alpuente, nos encontraremos con otro edificio antiguo muy bien conservado: la antigua Alhóndiga. Es decir, el viejo almacén de grano –cereales– de la ciudad. Su origen también es medieval, y de hecho algo impreciso o confuso. En la actualidad es una sala de exposiciones, así que en este caso sí podremos visitarlo sin dificultades. Lo más llamativo es su fachada, que ricamente decorada siempre con esgrafiados, enmarca una sencilla fachada de gótico isabelino, y se cubre por un rico alero de tradición mudéjar.

Retomando una vez más la calle de Juan Bravo, podemos caminar unos metros más hasta que se nos abra en ella otra pequeña plaza: la de San Martín, que toma el nombre de la Iglesia que la preside. Se trata de un hermoso ejemplo de arquitectura románica segoviana, pero buen ejemplo también de cómo los edificios históricos están siempre sujetos a cambios, ampliaciones, modificaciones, ajustes a la “moda” de la época… Es decir, si el viajero quiere visitar una fantástica iglesia románica, pero mucho más pura en su estilo, también la hay en Segovia. Pero deberá entonces buscar en su mapa la Iglesia de San Millán –no muy lejana–, o ir a admirar la increíblemente alta y esbelta torre de la Iglesia de San Esteban.

En esta plaza de San Martín, en cambio, podrá disfrutar de los numerosos palacios que la conforman, alguno incluso medieval –gótico–, al que los segovianos llaman cariñosamente, como no, el Palacio de Juan Bravo, aún cuando muy probablemente nada tiene que ver con aquel personaje. Se trata de uno de los pocos edificios medievales construidos con piedra labrada, es decir, sin decoración de tradición mudéjar o de esgrafiados. Pequeño, estrecho y esbelto, destaca por sus proporciones, la sencillez de sus líneas, y sobre todo por una pequeña galería de tres vanos que se abre en su planta superior, casi a modo de balcón. Todavía en la misma plaza de San Martín, y tras unas escalinatas que nos ascienden hacia la escultura, como no, de Juan Bravo, nos encontramos con otro singular edificio: el torreón de los Lozoya. Es ciertamente más una torre que un verdadero palacio, y ello nos habla de su aspecto fuerte y rudo, por su origen militar, y de su perfil de torre más que de palacio típico. El edificio ha sido rehabilitado y adecuado para albergar en su interior y su sótano diversas salas de exposiciones que conforman la “Casa-Museo del Torreón de Lozoya”. Su visita puede ser aconsejable.

Regresemos a la plaza, y retomemos por enésima vez la calle Juan Bravo. A unos cincuenta metros escasos, se vuelve a conformar una pequeña plazoleta, en esta ocasión llamada del Corpus Christie. Irónicamente, como en la mayoría de las viejas ciudades españolas, este nombre tan cristiano y tan católico nos indica que estamos a punto de introducirnos por las calles de la vieja judería de la ciudad. La judería de Segovia fue probablemente la más importante y una de las más antiguas del Reino de Castilla si obviamos Toledo y comprendemos que Córdoba desarrolló su espectacular judería bajo el dominio musulmán. Este hecho es significativo, y quizás por ello la actual Red de Juderías de España ha puesto gran empeño en recuperar aquel glorioso pasado, y aquel antiguo aspecto que se comenzó a modificar a principios del siglo XV, y más radicalmente desde 1492. En la misma plaza del Corpus Christie debe el viajero buscar una estrecha fachada de piedra, de recuerdo gótico tardío, por cuyo portalón debemos entrar. Sobre la propia puerta, y labrado en la piedra se puede leer Corpus Christie. Es el acceso al actual Convento de las Clarisas, cuya iglesia es la vieja sinagoga mayor de la ciudad, construida durante el siglo XIII. El templo fue expropiado por la Corona de Castilla hacia 1410, y reconvertido como iglesia. Por ello durante tiempo se conservó prácticamente intacto, tal y como era originalmente, hasta que un incendio la devastó en 1899. Afortunadamente los documentos gráficos de grabados, dibujos y pinturas permitieron su reconstrucción, bastante fiel, y que hoy se puede visitar. Merece la pena, porque la belleza del templo es significativa. El viajero que ya haya visitado con anterioridad la Sinagoga de Santa María la Blanca en Toledo verá el gran parecido que guarda este edificio. La entrada es gratuita, y se aconseja dejar un donativo para la comunidad religiosa que aquí vive.

Desde la antigua sinagoga estaremos dispuestos para conocer la vieja judería segoviana. En realidad podemos empezar diciendo que son dos, una nueva y otra vieja. O lo que es lo mismo, una antigua, y otra fruto de la ampliación de la primera. Hoy apenas se nota esto si caminamos por sus calles, pero lo que sí es evidente es el ambiente tradicional de estos espacios habitativos sefarditas: calles estrechísimas, sinuosas y retorcidas, y espacios generalmente encerrados literalmente por murallas y con puertas de acceso. En efecto, la judería de Segovia cumple estos requisitos. Desde la vieja Sinagoga, hoy Iglesia del Convento del Corpus Christie, el viajero podrá tomar la estrechísima Calle del Sol. Ésta irá descendiendo progresivamente, a medida que nos adentramos en el corazón del viejo barrio hebreo. Pronto verá una puerta de salida, por la primera calle que encontrará a mano izquierda. Puede dirigirse por ella, y podrá entonces ver el actual ábside del templo que acaba de visitar. Pero aquí recomendamos continuar por la calle que traíamos, del Sol, que ahora pasará a llamarse, no por casualidad Calle de la Judería Vieja. Justo en la esquina encontrará sendos palacios que se apoyan el uno en el otro, dos lugares que pueden ser visitables si quiere ampliar sus conocimientos sobre la España sefardita, y más concretamente sobre la Segovia Judía. Se trata de la Casa de Abraham Senneor, y el Centro Didáctico de la Judería de Segovia. Tradición, cultura, costumbres y artes hebreas son explicadas con mimo en estos lugares. Además, en el segundo se hace alarde de un despliegue de información a través de últimas tecnologías, y también se puede recurrir aquí mismo a contratar un guía para visitar en profundidad el barrio, e incluso el antiguo cementerio hebreo.


Nosotros continuaremos con nuestra visita retomando la Calle de la Judería Vieja hasta que esta finalice en un cruce, en el que habremos de continuar por la Calle del General Martínez Campos. Ésta se pegará a las murallas de la ciudad, y nos depositará justo ante la Puerta de San Andrés. Aunque la puerta ya existía antes, porque es la salida natural de la ciudad hacia el valle del río Clamores, se cita por primera vez en 1120. Conserva restos románicos y mudéjares, aunque en realidad su aspecto responde a un proyecto decorativo que realizó el arquitecto Juan Guas en época de los Reyes Católicos. El interior de la puerta es visitable, y permite además el acceso a la ronda alta y adarves de la muralla segoviana. Visitada o no la puerta y la muralla, nuestra visita a pié por la Segovia hebrea continuará buscando la Calle de la Judería Nueva. Ésta nace justo en las cercanías de la puerta, pero en esta ocasión, en lugar de descender, asciende hacia la parte más alta de la ciudad. La calle es muy pintoresca, y está llena de escalones que nos ayudarán a ascender mientras admiramos las viejas arquitecturas, las viejas casas que conforman esta parte del centro histórico, y que fue el espacio ganado en la ampliación de la judería. Caminemos por la calle hasta que la agotemos. Habremos llegado a una calle perpendicular a la que traemos, que debemos tomar hacia la derecha (dirección oeste), o mucho más fácil, buscar con la vista, y en las alturas, la torre de la Catedral de Segovia, que es nuestro próximo destino. Está tan sólo a unos cincuenta metros de distancia.

La Catedral de Santa María de Segovia es una de las más grandes del país. Su construcción se extendió en el tiempo, y a pesar de ello da una sensación de unidad y belleza bastante lograda, aún a pesar de que su aparente estilo gótico sea ya en realidad un incipiente nacimiento del estilo renacentista, y aún a pesar de que sólo una de sus dos torres fuese terminada, lo que da a su perfil una sensación de cojera. En muchas guías se nos dice que es la última catedral en estilo gótico que se construyó en España. Bien, de acuerdo. Puede ser cierto. Pero sería lo mismo decir que es la primera que se construyó con ciertos ideales del estilo renacentista hispano. Y es que en realidad las formas y decoraciones, el lenguaje constitutivo es plenamente gótico, si bien ciertos principios arquitectónicos y algunas decoraciones, funcionan ya bajo estereotipos renacentistas. Ello se explica por sus arquitectos, Juan y Rodrigo Gil de Hontañón. Padre e hijo. El padre inició las obras, y el hijo las culminó. El padre era un arquitecto de tradición y formación gótica plenamente, mientras que el hijo fue uno de los primeros y más importantes arquitectos del renacimiento hispano. Cada uno que vea lo que quiera. Pero lo que es indudable es la magnificencia de la Catedral segoviana: tres naves con girola, altura de 33 metros para sus bóvedas, y un espacio total de 50 metros de ancho por 105 metros de largo. Su interior es hermoso, luminoso y equilibrado. Merece la pena una visita. Además, su claustro no es contemporáneo, sino que responde a la anterior catedral, que fue destruida durante la guerra de las comunidades.

Justo al lado de la Catedral se encuentra la Plaza Mayor, que como en toda plaza mayor española que se precie, reúne Catedral, Ayuntamiento y Teatro. Y además templete o kiosco para la banda municipal de música y otras fiestas. La plaza es sencilla y está porticada a la manera castellana. En esos pórticos que la rodean se encontrarán tiendas de recuerdos y suvenires, y también algunos de los restaurantes típicos en los que degustar el más famoso manjar segoviano: el cochinillo asado. No resulta difícil encontrar algún menú típico a buen precio: Sopa castellana, Judiones de la Granja y por supuesto el cochinillo es lo más habitual y recomendable. Y de postre: ponche segoviano, que aquí no es una bebida, sino un elaborado y delicioso manjar. Si lo preferís, no olvidéis que estáis en Segovia y su pasado es importante. Existe un nutrido número de restaurantes sefarditas en la ciudad. Eso sí, como consejo general preguntad antes de comer, pues aunque la receta sea seguramente sefardí, la comida no necesariamente cumplirá los requisitos kosher. Los camareros os sacarán amablemente de la duda.


Comidos y descansados, la visita puede continuar por la calle que está a los pies de la Catedral, por la que habíamos llegado previamente. Se llama Calle del Marqués del Arco, y luego sin aparente cambio comenzará a llamarse Calle de Daoíz, en recuerdo del héroe sevillano que luchó contra la invasión francesa. Bajemos por ella, pues el recorrido será cuesta abajo, y nos estaremos adentrando en parte de los barrios más antiguos de la ciudad. Las calles se irán estrechando, y los edificios irán perdiendo altura. Al final de la calle, en la zona más inexpugnable de la ciudad, se encuentra en realidad el origen del poblamiento segoviano y la guinda a nuestra visita: el Alcázar. Como todos los que reciben este nombre han sido a lo largo de los siglos castillo, fortaleza árabe, y palacio o residencia real, lo que nos explica lo conveniente que es reutilizar lo que ya está construido. El Alcázar de Segovia es el más espectacular de los españoles, por su ubicación y sus formas de “dibujos animados” en el perfil que ofrece desde abajo, desde la confluencia de los ríos Eresma y Clamores. No en vano, dicen los segovianos, que el mismísimo Walt Disney se inspiró en esta construcción para su recreación palaciega de Disney World, y leyenda o no, el parecido es evidente. El Alcázar que encontrará hoy el visitante merece la pena una visita. Seguramente la más aconsejable de todo el día. En su interior conocerá la evolución del edificio, desde la época romana a la visigoda, a la musulmana después, a la de los Reyes Católicos y los Austrias al fin. Y descubrirá la belleza de los muebles, decoraciones, tronos, armaduras y armas que se esconden en su interior. Podrá además subir a la altísima torre del homenaje, desde la que alcanzará a ver toda la ciudad de Segovia el imponente perfil de la Catedral en primer plano, y la hermosa sierra de Guadarrama de fondo.

Finalizando ya la visita a Segovia, y si el viajero dispone de la totalidad del día, y todavía de fuerzas, tal vez merezca la pena una última doble visita. A los pies del Alcázar, y por lo tanto a una distancia que nos llevará unos 15 minutos a pié, se encuentran no solo las mejores vistas –y fotos, claro– del Alcázar, sino también dos lugares singulares. El primero la circular Iglesia de la Vera Cruz, construcción románica levantada por la más enigmática orden de monjes guerreros: Los Templarios. Bien merecerá una visita. Y por último, a unos centenares de metros más, el Monasterio del Parral, oculto entre un acantilado y la frondosa vegetación, y en el que todavía habitan religiosos de la Orden Jerónima, la predilecta de la Monarquía Española. El inconveniente es que luego para regresar a la ciudad hemos de volver a subir el enorme desnivel que nos separa, pero bajar hasta este lugar, y sobre todo para ver el espectacular perfil del Alcázar bien merece la pena.


Como ya dijimos al principio de esta entrada, llegar a Segovia es fácil. Poco más de una hora en autobús, hora y media en tren, y unos 40 minutos en tren de Alta Velocidad. Los precios son asequibles y la distancia invita a realizar una visita en una única jornada. Esta visita la podemos realizar en cualquier época del año, pero poniendo atención a las previsiones meteorológicas. Como ya advertimos, el verano puede ser bastante cálido, pero sin llegar a incomodar por calor, normalmente. Primavera y Otoño pueden ser momentos excepcionales sabiendo que la oscilación térmica entre el día y la noche es muy elevado –fácilmente hasta 20º de diferencia– debido a la altitud de Segovia. Pero esto se soluciona fácilmente con la ropa adecuada y un vistazo a las previsiones. La mayor atención ha de prestarse en invierno. Nada nos impide visitar la ciudad con agrado, pero evidentemente se trata de un lugar bastante frío, con tardes y noches extremadamente frías con cierta frecuencia, así como con relativa facilidad para la presencia de nieve.




Video de promoción turística de Segovia.




I.Y.P.