lunes, 11 de marzo de 2013

Semana Santa: "pasión española"



Se acerca la Semana Santa, y por esa razón aprovechamos este blog para animaros a descubrir una de las tradiciones más arraigadas y diferenciadoras de la cultura española, invitándoos a visitar alguna de las ciudades en las que se celebra con más fuerza. 

Procesión de Semana Santa en Sevilla
La Semana Santa es la máxima expresión de la identidad religiosa y cultural de España. Nuestro país tiene un pasado histórico que irremediablemente está ligado al catolicismo, y que todavía hoy pesa sobre la cultura y la conciencia colectiva de los españoles. El dato más evidente es que España, todavía hoy, sigue siendo un país de una aplastante mayoría católica, aún a pesar de ser un Estado laico, y a pesar de existir –faltaría másla libertad de culto. Y sin embargo, un gran número -creciente día a día- de estos mismos habitantes de tradición católica, se declaran no practicantes, o incluso ateos o agnósticos, a pesar también de que la mayoría de ellos hayan sido bautizados. Es otra de las muchas paradojas culturales que encierra esta nación. Además, no es nada extraño que muchos de esos mismos españoles esperen con pasión durante todo el año la llegada de las festividades propias de Semana Santa, aún cuando el resto del año no hagan o no cumplan ninguna de las otras obligaciones y costumbres religiosas propias del catolicismo, o siquiera asistan con regularidad a las ceremonias religiosas. 

Llamamos "Semana Santa" a la celebración anual cristiana que sirve para recordar la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Esta semana se inicia el llamado Domingo de Ramos, y finaliza el llamado Domingo de Resurrección. La semana en cuestión no tiene fecha fija, sino que se mueve por el calendario en función del primer domingo siguiente a la luna llena del mes de Nisán (herencia de la tradición judía, que corresponde a los días entre el 22 de marzo y el 25 de Abril). En otras palabras, y más sencillo, el Domingo de Resurrección se situará en el primer domingo después de la primera luna llena de primavera (21 de marzo). De esa fecha hacia atrás situaremos la totalidad de la Semana Santa, y aún un periodo anterior de Cuaresma, que con algunas variaciones es observado por los cristianos católicos, cristianos ortodoxos, y también la Iglesia Evangélica. Con posterioridad al Domingo de Resurrección se inicia otro periodo diferenciado que es la Pascua, y que en este caso también es celebrado por las principales variantes cristianas, y también por el culto Judío.

Cofrades en la Semana Santa de Málaga
Aunque la expresión y el nombre de Semana Santa o “Semana de Pasión” en España hace referencia a un periodo de siete días –entre Domingo de Ramos y Domingo de Resurrección–, en muchos lugares católicos, y es el caso de España, las festividades se extienden aún más. Así por ejemplo se considera parte de las celebraciones el viernes anterior, llamado viernes de dolores, y se contemplan también varios actos litúrgicos específicos el lunes siguiente, o lunes de Pascua. Por último, añadir tan sólo que el Jueves Santo es celebrado como conmemoración de la eucaristía –en recuerdo de la Última Cena–,que el Viernes Santo es la conmemoración de la crucifixión de Jesús, y que durante la noche del sábado se suelen celebrar actos especiales y vigilias en espera de la resurrección que acontece el Domingo.

Durante todos estos días, durante la totalidad de la semana, tienen lugar numerosas y variadas muestras de religiosidad de carácter popular a lo largo de todo el mundo: “belenes” vivientes en la cultura italiana; crucifixiones, flagelaciones y otros sacrificios corporales en el ámbito cristiano asiático; representaciones de la Pasión en distintos lugares de Hispanoamérica, etc.… En el caso de España destaca, sin lugar a dudas, la celebración de procesiones. Una procesión es un desfile de carácter religioso, organizado por un grupo de personas de una misma religión, con la intención de recordar o exaltar un hecho propiamente religioso. Estas celebraciones no son exclusivas del catolicismo, sino que son típicas de prácticamente todos los cultos cristianos, y también se realizan en el Islam, Hinduismo, Judaísmo, y Sintoísmo. Pero lo que ha hecho particulares a las procesiones españolas es su carácter propio, claramente diferenciador.

Muchas de las iglesias españolas –casi todas– cuentan con hermandades, también llamadas cofradías, en las que se organizan estas procesiones, y muchas otras actividades. Lo tradicional es realizar este desfile o procesión en un recorrido que tiene inicio en la iglesia, para regresar nuevamente a ella. Las distancias pueden ser muy variables, de tan sólo unos centenares de metros que básicamente suponen simplemente rodear el edificio, a realizar hasta varios kilómetros por la ciudad, pasando por distintos lugares destacados, y por delante de otras iglesias, realizando una serie de paradas o “estaciones” programadas por razones litúrgicas. 

Procesión del "encuentro" en León
Igualmente puede variar el número de personas que realicen o acompañen el recorrido. Pueden ser tan sólo un puñado de personas, o centenares de ellas. Normalmente todos los participantes y componentes de las distintas hermandades religiosas visten ropas identificativas a modo de uniformes. Estos trajes están inspirados en las viejas túnicas que se usaban en los tiempos de Jesús, a los que se han añadido elementos nuevos, ya desde la Edad Media. Básicamente, un traje de “Nazareno” o “Penitente” –son dos cosas diferentes, pero sus vestimentas básicas no difieren demasiado– está compuesto por la túnica propiamente dicha (una prenda que se introduce por la cabeza, y cae recta, sin formas, hasta los pies). A ello se suma habitualmente una capa (que cuelga desde el cuello por la espalda, y puede incluso llegar a arrastrarse por el suelo); y un “capirote” o “capuz” que sirve para cubrir la cabeza y habitualmente la cara. Puede ser simplemente tela que cubra la cabeza, o poseer una estructura rígida que se eleva de forma puntiaguda, a modo de extraño sombrero. La combinación de colores de todas estas prendas, de algunos detalles particulares, y sobre todo los escudos de las hermandades, serán los signos identificativos de cada una de los grupos, hermandad, o cofradía.

Además de esta llamativa peculiaridad que supone la vestimenta, la otra gran diferenciación de las procesiones españolas es el hecho de sacar durante la procesión las imágenes sagradas que el resto del año se conservan en el interior de las iglesias. Cierto es que esto se realiza en casi cualquier lugar del mundo católico, pero es que en el caso estrictamente español, muchas de esas imágenes sagradas –esculturas con siglos de antigüedad en su inmensa mayoría–, han sido expresamente creadas para la procesión, y no para su culto o contemplación en el interior de las iglesias el resto del año, cosa que por supuesto, también se hace. Por ello adquieren habitualmente unas proporciones increíbles, y debemos hablar entonces de “pasos”. Un paso es un grupo escultórico que recuerda un momento concreto de la pasión, la muerte, o la resurrección de Jesús. En otras palabras, un paso habitual de Jueves Santo es la Última Cena, compuesto por lo tanto por esculturas que representan tanto a Jesús, como a todos los Apóstoles, así como los elementos propios de la cena (la mesa, los platos y vasos, los alimentos, etc.). Otro paso habitual de Viernes Santo suele ser la crucifixión o el descendimiento, y por lo tanto, estas imágenes –o grupo de imágenes– estará compuesto por la propia cruz, el cuerpo de Jesús, San Juan Bautista, la Virgen María, María Magdalena, Longinos… y en definitiva un sinfín de personajes posibles, siempre que éstos estén presentes en las Sagradas Escrituras, en el pasaje específico que se trate de recrear. Por esta razón, las esculturas o grupos escultóricos se sitúan sobre unas plataformas –llamadas tronos–, que sirven tanto de soporte a las piezas, como para poder ser elevado sobre los hombros de las personas que las van a llevar en procesión. El peso de estos conjuntos puede superar con facilidad los 2000kg., razón por la cual, habitualmente, los participantes se van dando relevos a lo largo del recorrido de la procesión. En otros casos la imagen que se saca en procesión puede ser mucho más ligera, por ejemplo, y muy habitual, una única imagen de la Virgen; pero los relevos se dan igualmente, pues es un honor y un privilegio participar.

Procesión nocturna en Zamora
El tercer gran elemento distintivo de las procesiones españolas es la música. Bandas de música, pertenecientes a las propias cofradías e integradas por lo tanto por sus propios miembros, y generalmente vestidas con las mismas ropas; acompañan a cada uno de los pasos o grupos de esculturas que salgan en procesión. La música interpretada está evidentemente en consonancia con el momento de pasión representado, y así son melodías sobrias, incluso tristes, realizadas básicamente a través de la percusión de tambores y con trompetas y algunos otros instrumentos de viento-metal. Estas bandas de música también tienen la importante labor de “marcar el paso” al que se va a caminar durante la procesión, y es de especial ayuda para coordinar a los encargados de llevar sobre sus hombros las esculturas, que en muchas ocasiones apenas tienen visibilidad.



Estas celebraciones religiosas se reparten a lo largo y ancho de toda la geografía española, y aunque en esencia es la misma idea, es cierto que hay importantes variaciones. Estos cambios afectan al vocabulario empleado para todos los objetos habituales en las procesiones, la organización interna de las hermandades, los nombres de las vestimentas típicas, la música, el propio desarrollo de la procesión… pero por encima de todo hay una importante diferencia entre las procesiones del norte y del sur de España. Resumiéndolo exageradamente, diremos que las del norte están caracterizadas por la sobriedad; mientras que las del sur transmiten mucha más alegría. Casi todas las procesiones de la mitad norte española están pensadas desde el punto de vista del dolor y la pasión de Jesús. Quizás es un pensamiento más acorde al tradicional carácter castellano, pero es una realidad que durante las procesiones se puede comprobar con facilidad el respeto, la tranquilidad, y el silencio como elementos principales. Sin embargo en la mitad sur de España, y más concretamente en el ámbito andaluz, los gritos de alegría, aplausos, canciones –saetas– dedicadas principalmente a la Virgen, son en cambio uno de los elementos más evidentes, como también lo es una mayor decoración, especialmente floral, y tal vez una mayor presencia y predilección por la imagen de la Virgen. Son por tanto dos modos de expresarse ante un mismo sentimiento, o una misma actividad, que en definitiva también nos habla de esta pluralidad y riqueza cultural que tiene nuestro país. 

Banda musical en la Semana Santa de Huesca
Casi cualquier ciudad española tiene procesiones a lo largo de la Semana Santa. Y Madrid no es una excepción; quien esté en la capital durante estas fiestas, podrá ver procesiones, en el centro histórico. Pero desde aquí os animamos a que participéis en la increíble y curiosa sensación que os producirá la contemplación de algunas de las más famosas de España, independientemente de vuestro culto religioso. Os invitamos a que lo interpretéis como un espectáculo surgido de la cultura española, y profundamente arraigado y respetado. Como destinos os sugerimos Sevilla, Málaga, Toledo, Cuenca o León. Son sólo algunos de los muchos lugares donde las procesiones tienen un especial interés, e incluso están protegidas por leyes o decretos legales que buscan su conservación y difusión. No queremos decir que sean las mejores del país, y de hecho existen muchísimos otros lugares de merecida fama, pero estos lugares son importantes, populares, de calidad, y el transporte desde Madrid es relativamente sencillo. 

Tened presente esas diferencias entre el norte y el sur si decidís elegir alguno de estos destinos, y sobre todo sabed que todas estas poblaciones citadas aumentarán notablemente su población durante esos días festivos, razón por la cual, transporte y sobre todo alojamiento, conviene reservarlo con la mayor anticipación posible, y en ningún caso debéis viajar sin hotel, ya que podría ser que no encontraseis plazas libres. Para los destinos más cercanos a Madrid, como pueden ser Toledo o Cuenca, una visita de ida y vuelta en el mismo día, es perfectamente válida como idea.



Por último, quiero llamar seriamente la atención sobre dos errores que con cierta frecuencia son cometidos fuera de nuestras fronteras: el primero de los errores habituales, especialmente en el ámbito norteamericano, es relacionar –por el gran parecido–, a los cofrades o penitentes cristianos con miembros del Ku Klux Klan. En este caso el error es fácilmente comprensible, ya que las vestimentas más tradicionales de la Semana Santa son prácticamente las mismas, y en ambos casos se llevan cruces y símbolos religiosos. Sin embargo hay una clara diferencia: el cofrade o penitente de la Semana Santa española lleva esas ropas y en ocasiones un gorro cónico que le oculta la cara para expresar un sentimiento de penitencia y entrega individual, siempre religiosa. No importa el individuo, sino el acto de fe, entrega y caridad, y por esta razón en algunas ocasiones se ocultan los rostros, pues no importa el “quién”, sino el hecho penitencial, desinteresado, que se está haciendo. Muy distinto es el caso de los miembros del Ku Klux Klan, quienes ocultaban sus rostros por razones evidentes, ante los hechos y las persecuciones que cometían. Y precisamente por ello eligieron las vestimentas y los gorros tradicionales de la Semana Santa como su vestuario: las vestimentas anchas disimulan y dificultan reconocer la complexión o el sexo de la persona, ocultan el rostro, y además el “capirote” o gorro elevado también dificulta calcular incluso la estatura de la persona. Por lo tanto la diferencia es más que evidente: el origen de estos ropajes es completamente religioso y pasional; pero el Ku Klux Klan lo eligió para que sus miembros pudiesen permanecer en el anonimato, bajo una excusa de limpieza de fe, religión, o raza.

Procesión de Semana Santa en Murcia
Quizás más grave, y sobre todo menos comprensible, es el segundo error habitual. Las procesiones y los actos típicos de la Semana Santa española, nada tienen que ver con otras fiestas y celebraciones populares españolas. A menudo fuera de nuestro país se mezclan y se confunden las más populares fiestas y tradiciones con el sentimiento religioso, pensando, que es una única cosa o que la religión por defecto está presente en todas las fiestas españolas. Un ejemplo muy esclarecedor de este error fue incluso recogido por una popular película, “Misión Imposible 2”, en la que se recreaba en la ficción una procesión, en la que los participantes llevaban anudado al cuello pañuelos rojos como en las fiestas de San Fermín de Pamplona; muchas mujeres vestían trajes de “falleras” (de las fiestas de Valencia), y además, y mucho más grave, las esculturas de los santos acababan siendo quemadas en hogueras. (Vídeo) Se trata de una composición basada en el desconocimiento absoluto de las fiestas y tradiciones españolas, que mezcla distintas fiestas y actividades, junto con la propia semana santa. Además, quemar o destruir una imagen sagrada está penado con la excomunión automática por parte de la Iglesia Católica, en cualquier lugar del mundo. Las dos grandes fiestas españolas en las que el fuego es el gran protagonista son Las Fallas, cuyo origen ya explicamos en este mismo blog en la entrada correlativa a Valencia; y las Hogueras de la noche de San Juan, fiesta que no es sólo patrimonio español, sino que existe en todo el ámbito mediterráneo, es de origen pagano, y sirve para celebrar la llegada del verano. Y mucho más increíble aún es relacionarlo con los San Fermines de Pamplona: jamás he visto un toro en una procesión, y jamás he visto a personas correr delante de los toros llevando esculturas de santos.




Para los más curiosos, me atrevo a dejar un extracto muy resumido de un viejo ensayo propio, que explica algunas de las razones históricas del gran arraigo y tradición cristiana católica de los españoles, o en definitiva el por qué de esa habitual presencia de la Iglesia y la religión en la vida común de los españoles:

[...] El cristianismo llegó a la Península Ibérica junto con el Imperio Romano. En el año 313 d.C., un emperador romano llamado Constantino, tomó la decisión de permitir la religión cristiana, que hasta aquel momento estaba prohibida y era perseguida. La decisión era en gran parte política, pues el Imperio Romano se estaba debilitando política y socialmente, y amenazaba ya con fragmentarse. Es así como el paganismo deja el lugar al cristianismo, y en la Hispania de la época florece con fuerza la nueva religión, que además pronto se organiza como una institución sociopolítica (la Iglesia) a través de cargos (diáconos, sacerdotes, obispos…) y sedes (Catedrales y ciudades episcopales, cenobios, monasterios y conventos…). De hecho, no es casualidad que Mérida, una de las más importantes y viejas ciudades romanas de Hispania, se convierta en la principal sede religiosa de toda la península. Desde ella saldrán los primeros obispos importantes que poco a poco irán influenciando, participando, y decidiendo en la futura historia de España.

El siguiente paso llega de manos de los pueblos bárbaros. La creación del Reino Visigodo en España –recordemos, la primera “unidad” española–, sólo fue posible en parte gracias a la fuerza del cristianismo. Los visigodos, de religión arriana en origen, hubieron de tomar la decisión de “adaptarse” a la realidad de los habitantes, y así el Rey Recaredo (586-601) oficializa el catolicismo como la nueva religión oficial de su reino, y las instituciones eclesiásticas hispanas cambian su capital a la que también era la nueva capital del Reino: Toledo.

Tras la conquista musulmana en el año 711, nace un foco de resistencia a la ocupación y se organiza en el norte peninsular, desde el año 722, en torno a una única idea: recuperar la totalidad del viejo reino visigodo –lo que vale decir, recuperar la totalidad de la Península Ibérica–, para expulsar del territorio a los que eran considerados “infieles”, e imponer nuevamente el catolicismo para toda la población. Para ello no dudarán en iniciar una gran guerra, legitimando la lucha en la defensa del cristianismo, o por ejemplo, “descubriendo” –inventando–, el hallazgo de la tumba del Apóstol Santiago, un discípulo de Cristo, que les hará ganar prestigio, adeptos, y conseguir incluso ayuda de otras naciones europeas cristianas, y del mismísimo papado de Roma.

"Empalado" de Valverde de la Vera (Cáceres)
La siguiente parte de la historia católica de España es la más conocida gracias a sus dos protagonistas destacados. El proceso de Reconquista cristiana finaliza el 2 de Enero de 1492 de manos de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, con su entrada en el Reino Nazarita de Granada. El sobrenombre de “Reyes Católicos” expresa mucho. No sólo ellos, sino también el papado de Roma –y en ese preciso instante el Papa era Alejandro VI, de origen español–, eran partidarios de crear una gran nación en la que la única religión posible había de ser el catolicismo. Por ello son expulsados los musulmanes, y por idéntica razón son expulsados los judíos el 31 de marzo del mismo año 1492. Unificado el reino en lo político, y en lo religioso, el siguiente paso fue la exploración del continente americano, y la conversión forzosa de todos sus habitantes.

Esta situación aportó un inmenso poder político y económico al Reino de España. Y por ello los siguientes reyes españoles quisieron expandir y mantener el orden religioso en todas sus posesiones, pero también más allá de ellas en la medida de lo posible. El biznieto de los Reyes Católicos, Felipe II, será nuevamente el máximo exponente de estas ideas, al conquistar para la fe cristiana los archipiélagos del Océano Pacífico (Filipinas), pero también y sobre todo al sofocar “revoluciones religiosas” en los territorios de Flandes y Alemania, y por encima de todo, al liderar la Liga Santa y conseguir la derrota de las tropas turcas otomanas –musulmanas– en la Batalla de Lepanto en el año 1571.

Es precisamente a partir de este siglo XVI, cuando la mayor parte de las celebraciones religiosas que todavía hoy se celebran en España comienzan a surgir con fuerza, y a ser muy seguidas por toda la población. Era un mecanismo de defensa y autoafirmación de la religiosidad ante las posibles influencias o contaminaciones que pudiesen llegar a España desde alguna de sus colonias, o desde otras potencias mundiales, donde habían florecido ya otros cultos religiosos. Por ello, los siglos XVII y XVIII, aún con el cambio de dinastía monárquica en el país, tan sólo afirmarán y fortalecerán los sentimientos religiosos, que calarán hondo en el carácter y el sentimiento de la población española. Los episodios antirreligiosos, anticlericales, y libertarios que vivió España en su historia más reciente, como pudieron ser los periodos republicanos, el trienio liberal, la Invasión Francesa, la Revolución de 1868…, y muchos otros momentos de crecimiento del pensamiento laico, fueron duramente reprimidos y sofocados durante los cuarenta años de dictadura franquista, momento en el que “por decreto” todos los habitantes del país eran Católicos, estando además prácticamente obligados a participar en todos los actos y festejos religiosos propios que la Iglesia y el Estado impusiesen, entre los que se potenciaron nuevamente las grandes festividades de Semana Santa. 

Con todo este bagaje histórico-religioso es evidente que el común de los españoles atesora una cultura católica, tal vez inconscientemente en muchas ocasiones, que le ha hecho preservar y disfrutar del momento de máximo apogeo de la expresión pública religiosa junto con el periodo natalicio: la Semana Santa. Y por ello todavía hoy es uno de los máximos signos de identidad cultural, porque está en nuestra historia, nuestras costumbres, nuestro subconsciente, y en definitiva es parte –de momento, de una gran parte de los españoles. Además, estas tradiciones religiosas se extendieron a las viejas colonias. Así, fuera de España, y aunque con peculiaridades y distinciones propias, podemos encontrar importantes y arraigadas procesiones de Semana Santa en prácticamente todos los países hispanoamericanos, en el archipiélago filipino, y en el sur continental de Italia y la isla de Sicilia; en todos los casos, por herencia cultural tras la presencia española.


 
IYP

martes, 5 de marzo de 2013

Valencia, donde el sol y el agua se encuentran.



La ciudad de Valencia es una de las grandes urbes españolas, uno de los principales destinos turísticos que buscan no sólo sol y playa sino también cultura y ocio, y es además el lugar en el que se celebran las populares "fallas", una de las fiestas españolas más peculiares y populares. La ciudad está situada en la costa oriental española a orillas del Mar Mediterráneo; a unos 355 kms. al este de Madrid, y a unos 365 Kms. al sur de Barcelona. Su situación geográfica entre las ensenadas de los ríos Júcar y Turia ha definido, desde su origen, su vocación marinera, y su puerta al turismo moderno.

Fundada en el año 138 a.C. por el Imperio Romano, la ciudad de Valencia llegó a estar incluso abandonada y deshabitada durante cincuenta años en los albores del primer siglo. Pero se recuperaría para integrarse en el Reino Hispano-Visigodo; sería después capital de una Taifa musulmana; y aún posteriormente ciudad y puerto marítimo importante en el Reino de Aragón. La unificación de los Reyes Católicos supuso inicialmente un fuerte empujón para la ciudad gracias al comercio con América, y sin embargo posteriormente, durante la Edad Moderna, un cierto letargo al perder el papel protagonista a favor de otros grandes puertos marítimos y ciudades ubicados en las costas del Océano Atlántico. Sólo en el siglo XX, Valencia se ha consolidado como la gran urbe que hoy es. Llegó a ser la sede del Gobierno Republicano Español durante el conflicto civil de 1936, y con la llegada de la democracia fue elegida como capital de la Comunidad Autónoma Valenciana

Ciudad de las Artes y las Ciencias
En el último decenio la ciudad ha experimentado un cambio importantísimo con la promoción y construcción de una nueva imagen urbana basada en la recuperación del patrimonio cultural, histórico y artístico; pero también con grandísimas inversiones que han supuesto para Valencia la llegada del Metro, la construcción de la Ciudad de las Ciencias y las Artes, del Instituto Valenciano de Arte Moderno, una gran reordenación y crecimiento urbano, y la consecución de grandes eventos deportivos de proyección mundial como la celebración de la American Cup de vela, o del Gran Premio de Fórmula 1 en su circuito urbano (que no se celebrará en el presente año 2013). Por todo ello, y por sus hermosas playas bañadas por el Mar Mediterráneo, Valencia se ha convertido hoy en uno de los principales referentes turísticos en España que aporta no sólo “sol y playa,” sino muchos otros alicientes culturales e históricos, además de todos los servicios que sólo las grandes urbes pueden ofrecer.


Ha de saber el visitante que en Valencia, y en toda la Comunidad Valenciana, además de hablarse el castellano se habla también en valenciano. Si somos académicos en su definición hemos de explicarlo como una variante del catalán, si bien es verdad que el valenciano cuenta con su propia Acadèmia Valenciana de la Llengua que lo regula y protege. Sus diferencias con respecto a la lengua catalana son notables: está mucho más influenciado por el castellano, presenta ciertas formas arcaicas en los plurales, y quizás lo más notable y diferenciativo sea su pronunciación. No obstante, a priori, el valenciano no supondrá ningún tipo de problema práctico durante la visita a la ciudad, ya que toda la población es perfectamente bilingüe.

Para llegar a Valencia desde Madrid tenemos las tres opciones principales que el transporte público nos ofrece. La más económica, normalmente, será el autobús. Las principales conexiones con Valencia salen desde la Estación Sur – Méndez Álvaro, y el trayecto tiene una duración aproximada de cuatro horas. Si elegimos el avión, podemos realizar el trayecto en poco más de 50 minutos, y el destino será el Aeropuerto de Manises que está a 8 kilómetros de la ciudad, pero comunicado con Valencia a través de la red de Metro (Líneas 3 y 5). Además, algunas compañías Low Cost ofrecen tarifas muy convenientes si se reserva con el adelanto suficiente. Y la última de las opciones es el tren, que nos ofrece una doble vertiente: el ferrocarril convencional que realiza el trayecto en unas 4-5 horas, o el servicio de AVE (Tren de Alta Velocidad), sensiblemente más caro, pero que cubre el trayecto en tan sólo 1 hora y media.



Ciudad de las Artes y las Ciencias
Probablemente la imagen más internacional de Valencia en la actualidad es su Ciudad de las Artes y las Ciencias, que ha de ser una visita obligatoria. Se encuentra ubicada en el antiguo cauce del río Turia, al sureste de la ciudad –bastante cerca del Puerto–, ocupando un eje longitudinal de algo más de dos kilómetros. La Ciudad de las Artes y las Ciencias es un conjunto arquitectónico dedicado a la divulgación científica, cultural y artística que comprende seis grandes construcciones o espacios: el Hemisfèric (cine “imax” y proyecciones digitales), el Umbracle (mirador, zona de servicios y aparcamiento), el Ágora (espacio multifuncional), el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe (centro de ciencia interactiva), el Oceanográfico (el mayor acuario de Europa con más de 500 especies marinas) y el Palau de les Arts Reina Sofía (Teatro-auditorio, en el que destaca la programación de óperas). En su conjunto es el mayor espacio de difusión cultural de Valencia en base a  cuatro grandes ideas temáticas: cosmos, biosfera, ser humano y cultura. El conjunto destaca no sólo por su interés cultural y divulgativo, sino también especialmente por sus espectaculares y llamativas arquitecturas, obra de los arquitectos españoles Santiago Calatrava y Félix Candela. El conjunto está conectado con el centro de la ciudad a través de varias líneas de autobuses urbanos, así como con la línea de Metro, aunque en este caso conviene saber que desde la parada más cercana (Alameda), hasta la Ciudad de las Artes y las Ciencias, nos separarán 15 minutos a pie.

Barraca en La Albufera
Otra visita que se debe realizar en Valencia –quizás dependiendo de la época del año– es la Playa. Al norte del puerto se encuentran las dos playas urbanas por excelencia. En el extremo norte la más famosa y preferida de los valencianos, la playa de la Malva-rosa. Y entre ésta y el puerto, la Playa del Cabanyal, que es la más cercana al centro histórico y la que quizás cuente con una mejor conexión de metro, tranvía y autobuses. El nombre de cabanyal le viene de las pequeñas casas tradicionales –cabañas– que desde antiguo construyeron los pescadores, con materiales muy humildes en sus inmediaciones, y que han creado un barrio hoy integrado en Valencia ciudad. Sabed también que la zona del Cabanyal es, además de playa, uno de los lugares de ambiente nocturno preferido por los valencianos. Además, para aquellos viajeros que cuenten con tiempo y medios, convendrá igualmente saber que al sur del puerto se siguen extendiendo playas, algunas tan famosas y concurridas como la de El Saler, y sobre todo el Parque Natural de la Albufera. Se trata de una reserva costera de humedales con gran cantidad de plantas y animales, e incluso dunas de arena. Merecerá la pena una visita no sólo por este aspecto, sino también porque en él encontraréis una gran cantidad de pintorescas casas tradicionales de pescadores: las “barracas”; veréis pequeños veleros de aspecto casi artesanal para pescar por sus canales, y contemplaréis inmensas explotaciones de arroz. 


Fallas de Valencia
Pero de vuelta a la ciudad, hemos de recordar que Valencia ofrece mucho más en su propio centro urbano. Alberga un elevadísimo número de museos y centros culturales tanto públicos como privados. Por esa razón, tal vez sea buena idea hacer una selección previa y decidir alguna visita, si bien los más conocidos, son el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), el Museo deBellas Artes, o el Museo Fallero. Sobre este último explicar que las Fallas” son las fiestas principales de la ciudad, que se celebran del 15 al 19 de Marzo, y están consideradas como Fiestas de Interés Turístico Internacional por su tradición, arraigo y espectacularidad. El origen de la fiesta, antiquísima, responde a la quema de los desechos de las carpinterías de la ciudad en la celebración de su patrón (San José). Con estos fuegos se quería simbolizar la quema y por lo tanto la eliminación de los problemas y los males. Sin embargo, con el paso del tiempo, para esos fuegos se dejaron de utilizar maderas y materiales de desecho, para pasar a crear verdaderas esculturas y conjuntos de figuras (que hoy ya no son sólo de madera, sino también de otros materiales), y que tienen como misión recordar los hechos más significativos, felices, críticos, alegres, o de cualquier otro origen, que hayan sido importantes para la ciudad a lo largo del año. El destino de todas estas verdaderas obras de arte, es ser quemadas en las calles de la ciudad durante la celebración de las fiestas. Inseparable de este espectáculo, van las mascletás. El uso de la pólvora para la creación de petardos, bombas y fuegos de artificio está igualmente muy arraigado en Valencia –y en toda la Comunidad Valenciana– y las fallas suponen el punto álgido del año. Los principales actos lúdicos, quema de fallas, desfiles, etc, van siempre acompañados del fuerte estruendo que realizan estas actividades pirotécnicas. La festividad de las fallas es una de las fiestas más curiosas y arraigadas de toda España, y también de las más concurridas. De modo que si vuestra visita va a coincidir con ellas, más vale planearla con anticipación, especialmente en lo que concierne al alojamiento y la intendencia propia del viaje.


Catedral de Valencia
En el centro histórico de la ciudad de Valencia todavía tendremos tiempo de conocer algunos de sus lugares y monumentos más famosos. Por tamaño destacará la Catedral de Valencia, edificio levantado en el mismo espacio en que antes existió la Mezquita principal de la ciudad durante el periodo musulmán, y aún posteriormente la primera catedral cristiana, que se remontaba a la época visigoda. La actual catedral fue construida principalmente entre los siglos XIII y XV, y por tanto el aspecto general es gótico, si bien es cierto que las obras continuaron activas hasta la época del barroco y por ello podemos encontrar decoraciones renacentistas y barrocas repartidas por distintos lugares del edificio. Pero la imagen más emblemática del centro histórico no es la Catedral propiamente dicha sino su torre campanario. Se encuentra situado a los pies de la Catedral (originariamente exento), y mirando hacia la Plaza de la Reina. Los valencianos lo llaman popularmente “miguelete” o en valenciano, “micalet”. Es precisamente junto a esta torre campanario que se encuentra también la fachada más bonita de la Catedral, la llamada “Puerta de los hierros”. 

Otro edificio gótico, pero en este caso civil, que bien merece la pena visitar en Valencia es la Lonja de la Seda. Situado al Suroeste de la Catedral, concretamente en el número 31 de la Plaza del Mercado –frente al edificio que da nombre a la plaza y que también merece la pena visitar– posee el título honorífico de ser Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El edificio se construyó entre 1483 y 1498 como centro de transacciones comerciales, mostrando de este modo la importantísima riqueza mercantil que la ciudad albergó en el siglo XV. Es un edificio espectacular por la sencillez y esbeltez de su arquitectura gótica, su armonía en la construcción, y la belleza unitaria del conjunto. Destaca su sala principal, sustentada por ocho impresionantes columnas que dan la falsa impresión de ser demasiado delgadas para sujetar el techo y alcanzar tan grandiosa altura.

Todavía en los límites del centro histórico también podremos visitar alguna de las viejas puertas que rodearon la ciudad medieval de Valencia. Como todas las ciudades importantes de los reinos hispanos, Valencia estuvo contenida dentro de una muralla que todavía se abría únicamente por doce  puertas hasta el año 1865, antes de la práctica destrucción del perímetro para facilitar el crecimiento y expansión urbano. Dos de aquellas puertas se conservan todavía en perfectas condiciones: la Puerta o Torres de Serranos (al norte del centro histórico), y la Puerta o Torres del Quart (al Oeste).



Horchata y Fartons
Un fuerte y característico rasgo propio de Valencia es su gastronomía, cuya base es la más tradicional dieta mediterránea. La base de sus principales platos recae en el arroz, las verduras típicas de la huerta valenciana, y el pescado. No os vayáis sin probar la paella, pues Valencia es la verdadera cuna de este plato y presenta numerosas variantes. Desde la más tradicional receta de la paella, hasta otras realizadas variando los ingredientes principales que acompañan y aderezan al arroz, ya sea sólo con carnes, o sólo pescados, o mariscos, o la mezcla de todos o algunos de estos ingredientes. O si lo preferís, probad el arroz al horno, muy popular en Valencia, y sin embargo poco conocido en el resto de España: acompañan en este caso al arroz tomates, garbanzos, patatas y embutidos. Probad alguna de sus recetas de pescado, como puede ser el All i Pebre, una receta que se basa en una salsa en la que se va a cocinar el pescado. El más popular es el all i pebre de anguilas. Y por último, alguno de sus dulces. Para ello quizás la mejor idea es tomar Horchata de Chufa con Fartóns. La horchata es una bebida refrescante (y postre) realizada a partir de chufas, que son unos pequeños tubérculos; mientras que los fartons son unos dulces de forma alargada, compuestos a base de harina, azúcar, huevos, leche y levadura, y que tradicionalmente se mojan en la horchata antes de comerlos.


El clima de Valencia es el mediterráneo por excelencia, suave y húmedo. En invierno será poco habitual bajar de los 10º, y en verano también será extraño superar los 25º. La media anual se sitúa entre los 16 y 18 y las precipitaciones son irregulares y escasas. La única incomodidad es el relativamente alto grado de humedad ambiental, que es constante todo el año, razón por la cual en ocasiones las temperaturas nos pueden parecer más extremas, altas o bajas, de lo que realmente son. Y tan sólo hay un verdadero peligro, impredecible por otro lado, que es el fenómeno de la gota fría: lluvias torrenciales de altísima intensidad que se suelen situar en Otoño, y que a menudo provocan inundaciones. Pero éste es un fenómeno poco habitual, y la realidad del clima valenciano es que podemos acudir a la ciudad en cualquier época del año con muchas, muchísimas, garantías de buen tiempo.






IYP